TINO Y SUS SUEÑOS (MICRORRELATO))

bajo la lluvia

 

Tino Díaz vivía solo en un pequeño apartamento. Tino soñaba mucho y, una vez despierto lamentaba que sus mejores sueños nunca se convirtieran en realidad.
Una noche que llovía a mares soñó que en el parque cercano a su casa, una chica bellísima iba, dentro de un momento a bailar desnuda para él.
“Si me doy prisa la encontraré”, se dijo despertando de pronto. Y convencido de que así sería, se puso un chubasquero, un par de botas de goma y, espoleado por la ilusión corrió hacia el parque mojándose y ensuciándose de barro sus zapatos y la parte baja de sus pantalones. Desde los vehículos y los portales donde se había guarecido, mucha gente observó con sorpresa su correr acelerado.
Tino llegó finalmente al parque y allí estaba una chica bellísima bailando desnuda bajo la lluvia. El corazón le saltó de alegría. <<¡Oh, Dios de los cielos, tengo la felicidad a mi alcance!>>, se dijo exultante. Por fin había logrado lo considerado por muchos como imposible: Unir sueño y realidad.
Con acelerada avidez caminó hacia la chica soñada, los brazos abiertos, la más seductora de sus sonrisas curvando sus labios; pero cuando estuvo muy cerca de aquella beldad se llevó la gran desilusión de comprobar que ella estaba bailando, ciertamente, pero para otro chico que la observaba embelesado, protegido del agua torrencial que caía, debajo de un enorme paraguas multicolor. Si hubiese sido más valiente y hubiese permnaecido allí  dispuesto a luchar por ella habría descubierto que el espectador era su hermano y estaba allí en calidad de complice de un capricho de ella.
Tino sumando otro desengaño más a los otros anteriores, se alejó cabizbajo, amargado, convencido de que el malvado destino le tenía asignado el fatalismo de que siempre se le adelantase alguien impidiéndole cumplir sus más maravillosos anhelos. En esta ocasión, además de llevarse a casa una nueva frustración, el joven soñador se llevó también un fuerte catarro.
Y aquella noche soñó en un cementerio y en una multitud de gente que depositaba flores sobre su tumba.
Cuando finalmente despertó, con fiebre y muchos mocos, Tino se alegró de que esta vez, sueño y realidad no coincidieran en absoluto.
—Tendré que realizar serios esfuerzos para soñar menos y aferrarme con mayor fuerza a la realidad —se auto aconsejó, rubricando esta sensata decisión con un estruendoso estornudo.
—¡Jesús! —dijo, desde la oscuridad, una armoniosa voz femenina.
Fue tanta la claridad con que la escuchó que Tino pensó le merecería al día siguiente ir al médico y también al psiquiatra.