UN ESBOZO SOBRE EL GRANDIOSO RAMSÉS II
Siendo todavía muy niño leí en un libro algunas cosas sobre el faraón Ramsés II, uno de los reyes más poderosos del antiguo Egipto, y me fascinó tanto este personaje que me preocupe en averiguar sobre él algunas cosas que, para mi corta edad de entonces me resultaron de lo más extraordinarias, asombrosas.
Gobernó su país durante unos sesenta años. Bajo su mandato se realizaron obras maravillosas, colosales, y algunas otras que, según algunos historiadores, no siendo suyas él se las agenció como propias. Esto, de ser cierto, podría demostrar que a este monarca, además de la grandeza no le era desconocida la pillería. Y tampoco la coquetería le era ajena, pues teñía su pelo canoso, de un vivo color rojo.
Las mujeres le gustaban tanto que utilizó para su gozo carnal, a unas doscientas de ellas, sumando esposas y concubinas. Como en esa época, aunque ya se conocía el preservativo, nunca debió usarlos él, pues engendró unos cincuenta hijos y parecido número de hijas, a quienes representó con orgullo en varios monumentos para que se conociera su poder generador, vinculado en la cosmovisión egipcia a la fertilidad del Nilo.
Seguir el rastro de toda esa prole, será, seguramente, una tarea imposible para los sesudos y esforzados egiptólogos. (Por lo que he podido averiguar, los preservativos de entonces estaban hechos de fino lino empapado en aceite de oliva. Esta especie de funda iba unida a un cordel que se ataba alrededor de la cintura).
Ramsés II debió padecer algunos achaques en su longevidad, los cuáles no impidieron que él muriera de vejez. Su cuerpo fue enterrado, como era habitual entonces en el Valle de los Reyes, pero en esa época había tantos ladrones de tumbas en Egipto, que para burlarlos, los sacerdotes llevaron sus restos a otro lugar.
Por este motivo, no se supo su paradero hasta que en 1881 su momia fue descubierta en un búnker real secreto, en Deir el-Bahari, junto con más de 50 otros gobernantes y nobles.
En 1971, los arqueólogos apreciaron en él un avanzado deterioro y llevaron su momia, en avión a París, donde fue tratada por una infección fúngica. Antes del viaje, Ramsés II obtuvo un pasaporte egipcio en el que se indicaba su profesión como rey fallecido.
A todo el que tenga tiempo y excelente memoria, le recomiendo estudiar a este extraordinario, inigualable personaje que, por fascinarme en tan alta medida, he esbozado yo, aquí, algunas notoriedades suyas.
(Copyright Andrés Fornells)