PAPÁ, ¿TÚ CONOCES Y ENTIENDES A LAS MUJERES? (RELATO)

PAPA Mi hijo pequeño me hizo esta pregunta la otra mañana, hallándome yo en la cocina limpiando los cacharros del desayuno, tarea que su madre me había encargado realizar antes de salir para el mercado a hacer la compra:
–¿Papá, ¿tú conoces y entiendes a las mujeres?
Colgué extendido sobre la alargada asa del horno eléctrico, tal y como mi siempre atareada esposa me ha enseñado, el paño que había empleado para secar los utensilios ya fregados. Me volví hacia este imberbe, uno de los tres aspirantes a heredar unos puñados de libros y poco más que voy a dejarles cuando dé ese salto definitivo y cabrón al mundo de los callados, que me observaba con actitud más indolente que respetuosa, y dije torciendo el mostacho:
–Vaya, acabas de hacerme una pregunta tan difícil de contestar como aquella que de niño me hiciste sobre, si se caen todas las pelotas que echamos al aire, cómo era que esa pelota llamada sol se mantenía en lo alto sin que ningún cordel la sujetara.
?No he olvidado, papá, que ese día te saliste por la tangente y tardé años en averiguar lo que tú evidentemente no sabías ?me echó en cara.
–Bueno, no empecemos a sacar trapos sucios pasados que, después de varios días de pertinaz lluvia hoy ha salido el sol y pretendo sentirme animoso y contento. Te voy a ser sincero: Ningún hombre de este mundo conoce y entiende de verdad a las mujeres. Para explicarlo de una manera simple y posiblemente injusta, dividiré a las mujeres en dos grupos: las que dominan a los hombres sutilmente y las que los dominan tiránicamente.
–Joder, papá. Eso no lo entiendo ?dirigiéndome una mirada totalmente huérfana de admiración.
?Niño, hablar bien no cuesta dinero. No digas: joder –reprendí blandamente–. Usa: el jolines, el jope o el caramba. Verás, mamá pertenece al grupo de mujeres que dominan sutilmente. Toma todas las decisiones que quiere y luego me enreda de tal manera que acaba convenciéndome de que esas decisiones las he tomado yo y ella las ha aceptado resignadamente para tenerme contento.
–Jo…, qué complicado. ¿No puedes ofrecerme una explicación generalizada sobre las mujeres, sin poneros tú y mamá como ejemplos?
–Vamos a sentarnos, que esto nos llevará algún tiempo.
Ocupamos dos de las cuatro sillas que hacen juego con la mesa también de formica imitación madera de nogal, quedando él y yo frente a frente.
–Mira, las mujeres son un poco como los gatos –me atrevo a hacerte esta comparación porque en este momento no hay ninguna mujer cerca que pueda arañarme–. Al igual que para estos taimados animales, para las mujeres ser libres es primordial. Y también un poco como los gatos (no se te ocurra decirle a mamá que te he puesto este ejemplo, porque si se lo propone puede darme muy mala vida, ¿eh?) –avisé–. Las mujeres, aunque a sus parejas masculinas les hagan creer lo contrario, son las dueñas de los hombres que escogen de pareja. Y los hombres, para mantener una buena convivencia con ellas tenemos que sobornarlas de vez en cuando con flores y regalitos.
–Eso significa gasto, papá ?pretendiendo darme lecciones de economía un malvado que nunca apaga la luz del cuarto de baño cuando sale de él y de igual modo actúa con la luz de su habitación.
–Claro que significa gasto. Pero también significa buena convivencia. Mira, las mujeres tienen bastantes días malos y los hombres hemos de saber ser comprensivos y pacientes con ellas. Las mujeres menstrúan, lloran con extraordinaria facilidad, les gusta más hablar que escuchar, y todas viven convencidas de merecer un infinitamente mejor compañero masculino, del que les ha tocado en suerte.
–Sí, por lo general, mamá habla y habla, y no te deja meter baza. Yo, con no escucharla, lo tengo arreglando ?dándoselas de listillo.
–Tú puedes hacerle eso a mamá porque cuentas con el privilegio de ser hijo suyo, pero yo no. A mí me interroga: “¿Seguro que me has escuchado? Qué es lo que acabo de decirte, ¿eh?” Otra cosa que diferencia a las mujeres y los hombres, es que ellas son mucho más vanidosas que nosotros.
–¿Las feas también, papá?
–Las feas igual que las guapas o más.
–No sé si creerte ?sinceramente ofensivo.
–Los incrédulos sufren en la vida tantos desengaños como los crédulos, con la diferencia de que aquéllos se crean más enemigos ?tropecé con el bache de la filosofía?. Pero no nos desviemos del asunto. Las mujeres son mucho más vanidosas que los hombres. Usan cremas para la cara, las manos y demás partes de su cuerpo sensual; y también colorete, rímel, carmín, se pitan las uñas (algunas de ellas incluso las uñas de los pies) y las vuelven locas las rebajas…
–Y se implantan tetas de silicona aquellas que no tienen –feliz por aportar a mi discreta selección este detalle indiscreto.
–Las vuelven locas las rebajas… –queriendo retomar el hilo aleccionador que él acababa de romperme.
–Muy mal rollo las rebajas, joder. Mamá siempre me compra algún jersey cutre, odioso.
–Jersey que no te pones y lo heredo yo para que luego, en el trabajo, los compañeros me digan que tengo menos gusto para vestir que un dinosaurio ciego ?le eché yo ahora en cara?. Bueno, a lo que iba. Se ha extendido otro mito falso más sobre las mujeres. Este mito comenzó catalogando a todas las mujeres rubias, de tontas, y luego se amplió esta falacia a todas las demás mujeres sin importar el color de su pelo. Y eso es una falsedad grande como un supermercado. Las mujeres son –de largo– más inteligentes que los hombres. Lo demuestran en los estudios y lo demuestran asimismo en el matrimonio haciendo creer a sus maridos que todas las decisiones que ellas quieren tomar, son en realidad ellos quienes las toman.
–Te repites, papá –despiadado–. Y estoy en total descuerdo contigo. Yo conozco montones de niñas que son tontas del culo, igual las que son rubias que las que son morenas.
–Lo serán únicamente de esa zona que tanto interés voluptuoso nos despierta a los hombres –cansa reprender y bien educar todo el tiempo a los hijos, y de vez en cuando nos saltamos esa obligación–, pues otra de las inteligentísimas estrategias de las mujeres es que nos lo creamos, lo de que son tontas y nos quedemos en desventaja con ellas.
Él se había cansado de escucharme. Lo noté en la forma de echar su pelo largo hacia atrás con el rastrillo que formaban los dedos de su mano, y me lo confirmó el que abandonase la silla y mirándome con lástima dijese:
–Papá, tú tampoco sabes nada sobre las mujeres. Me voy a la calle.
No protesté, no traté de convencerle de que había emitido sobre mí un juicio equivocado. El espíritu de lucha nos lo va apagando la manguera de los años y la experiencia. La vista se me fue hacia la cocina de gas butano. Se me había olvidado limpiar la superficie de los quemadores. Fui a buscar la esponja para solucionar esta peligrosa omisión.
¡Qué difícil les ponen ser buenos maridos, buenos padres y además felices, a todos aquellos que no están dotados de un alto grado de resignación, flexibilidad y capacidad de sufrimiento!