GUSTAVITO POSEÍA UN MALÍSIMO SENTIDO DE LA ORIENTACIÓN (MICRORRELATO)

 

 

 

 

 

 

 

(Copyright Andrés Fornells)
 Desde nuestra más tierna infancia fuimos ,Gustavito y yo, muy buenos amigos. Llegados a la pubertad, los dos  perdimos nuestra pasión por el futbol y nos dedicamos al senderismo. Falto por completo del sentido de la orientación, Gustavito sufría la obsesión de que un día nos perderíamos en algún bosque, cañada, o montaña, nadie nos encontraría y ambos moriríamos de inanición.
A menudo, cuando llevábamos algunas horas de marcha, él se detenía y con el miedo asomado a sus grandes ojos castaños me decía:
—Andi, esta vez sí creo que nos hemos perdido de verdad. Seguro que, por todos esos sitios tan angostos, abruptos y difíciles que nos hemos metido, te has desorientado y no sabrás regresar y moriremos aquí de inanición.
Yo le tranquilizaba de nuevo:
—No te preocupes, Gusta, tengo memorizado cada árbol, cada arbusto, cada roca y cada claro por el que hemos pasado.
Y efectivamente, gracias a esta buena condición mía jamás nos extraviamos en ninguna de nuestras excursiones.
Llegado a la mayoría de edad, a Gustavito, sus padres, le compraron una motocicleta. Esta circunstancia motivo que él y yo dejásemos de salir juntos. Yo no tenía ningún deseo  de ir montado con él. Lo hice una vez y decidí no hacerlo más. Le gustaba demasiado correr y yo temía fuesemos  a estamparnos contra algun arbol y siliesemos de la carretera en alguna curva. Así  que yo yo seguí practicando senderismo y él devoraba kilómetros y más kilómetros de carretera con su motocicleta. De vez en cuando se perdía y tenía que pedir ayuda para que lo orientasen y poder volver a su casa.
Un día sus padres vinieron a verme y, muy angustiados me contaron que el día anterior su hijo había salido con su motocicleta y no había regresado todavía. Ellos habían llamado a la policía y a numerosos hospitales por si había tenido un accidente y nadie les había dado razón de donde pudiera encontrarse su Gustavito.
—Miren, no sé dónde está Gustavito, pero sí sé con quién estaba ayer. Estaba con esa chica llamada Puri que, por la mala reputación que tiene, ustedes desaprueban que salga con ella. 
Esta noticia les hundió. Me contaron todas las cosas que consideraban malas de Puri. La peor de todas, que ella vendía su cuerpo por dinero, y formaban multitud los que se lo compraban.
Transcurrieron varios años. Ni sus padres ni yo habíamos vuelto a saber de Gustavito.
El azar permitió que, en una feria, a la que yo había ido a montar una atracción que la empresa para la que yo trabajaba le había vendido a unos feriantes, me lo encontrase acompañado de seis niños de distinta edades. Nos alegró vernos. Nos dimos un cordial abrazo y luego, impulsado por la curiosidad, le pregunté si los críos eran suyos. Él los subió a las montañas rusas y, al quedamos los dos solos, me confesó, sincero:
—De Rita si son todos. Mío puede que sea uno. Uno de los pequeños, pierde con facilidad el sentido de la orientación, igual que me sucedía a mí cuando yo tenía su edad.
—¿Rita, sigue acostándose con otros hombres además de contigo? —le hice esta pregunta directa, considerando la confianza que nos habíamos tenido en otro tiempo
—Por supuesto. De eso vivimos todos, y bastante bien por cierto.
Su satisfecha respuesta me hizo pensar que, dejando aparte el asunto moral, mi amigo Gusta además del sentido de la orientación, también tuvo siempre extraviadas sus ganas de trabajar y, primero había sido mantenido por su laboriosos padres y después mantenido por la prostituida Rita.
Los niños regresaron exigiéndole que les comprase chucherías reforzando su reclamación del siguiente modo:
—Mamá te dio dinero para que nos las comprases.
Gusta y yo nos dimos un abrazo de despedida y él me hizo un comentario que me arrancó una carcajada divertida:
—¿Te acuerdas, Andi, de cuando salíamos por ahí y yo carecía del sentido de la orientación? Pues llevo años siendo capaz de orientarme perfectamente.
—Lo deduje así nada más comenzamos a hablar.
—Adiós. Y no trabajes demasiado, Andi, que el trabajo acorta la vida. Yo pienso llegar a centenario, con buena salud y descansado.
—Adiós, Gusta. Seguro que conseguirás llegar a los cien Te ayudará tu gran talento.
Él se alejó con la media docena de hijos de quien fueran, y yo continúe dirigiendo el montaje de la atracción de feria, manteniendo todo el tiempo los labios curvados con una sonrisa entre benevolente y nostálgica.
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