DIEGO EGARA, DETECTIVE (CAPÍTULO IV PÁGINAS 45 Y 46) -ACTUALIDAD-

la ropa. Me gustaría que saliéramos un día. Para conocernos mejor. Podría ser interesante para los dos.

—Eres muy amable, pero tengo novio —casi severa.

—Sería mucho peor que estuvieras casada. Vamos, di que sí —rogué—. Podríamos pasarlo muy bien juntos. Soy un tío alegre y divertido. Ponme a prueba y lo comprobarás.

Puse cara de festero, pero a ella no le importó.

—Agradezco tu interés por mí, pero no. Quiero muchísimo a ni novio y por nada del mundo pondré en peligro nuestra relación.

Se levantó. Soltó dentro del plato la servilleta con que acaba de limpiarse la boca, hizo un gesto de despedida con la mano y pilló puerta. Encogí los hombres. Llevo años aceptando, resignado, las muchísimas cosas que no me salen según mis deseos.

Con la casi siempre útil ayuda de Internet conseguí alguna información sobre Federico Ramírez. La FRA, empresa de su propiedad, dedicada entre otras cosas a la venta de ordenadores, equipamientos de cocina, productos de limpieza, alimentación y fármacos estaba obteniendo enormes beneficios. Solté un silbido de admiración al imaginar lo que podía significarle a la bellísima señora Ramírez recibir la mitad de la enorme fortuna reunida por su marido.

Antes de comenzar la visita a estudios de fotógrafos me pasé por los aparcamientos donde dejaban sus coches los empleados y los directivos de la empresa FRA. Con una buena dosis de simpatía y un paquete de tabaco rubio americano gané la confianza del vigilante y conseguí la confirmación de que Federico Ramírez solía abandonar su despacho a las ocho todas las noches.

—Es un tío cojonudo que curra como el que más. Todos los trabajadores le apreciamos muchísimo.

Esta afirmación suya favorable no permití influyera en mí. Lo que investigaba era un posible caso de infidelidad y no sí Federico Ramírez era un buen currante y empresario ejemplar que se portaba maravillosamente con sus empleados. Le seguiría aquella misma noche cuando él diera por finalizada su jornada.

Empleé lo que restaba de tarde visitando a media docena de fotógrafos, inútilmente, porque ninguno de ellos resultó ser el que yo buscaba.

Llamé a Gori y le pregunté si, con respecto a este asunto, había tenido mejor suerte que yo. No había sido así, y como debía irse al día siguiente con su amada Águeda a pasar dos días en un pueblo de Cantabria para asistir a una boda, tendría que hacer un alto en la ayuda que se había comprometido prestarme. Pero me favoreció procurándome información sobre un antiguo compañero nuestro de universidad, con el que no se hablaba desde una fuerte discusión que mantuvieron ambos, nunca pude averiguar a qué fue debida.

—Meses atrás Pepe Rodríguez abrió una agencia de publicidad. Nada pierdes hablando con él, siempre y cuando no le des la espalda —me advirtió en tono jocoso—. Tendrás que averiguar su dirección y su teléfono. Los desconozco.

Con este compañero de la Facultad de Derecho, Pepe Rodríguez, durante parte de nuestra época universitaria, los dos nos habíamos llevado bien hasta el punto de haber salido juntos con dos primas suyas muy asequibles. Luego nuestra

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