UNA MOSCA SALVÓ SU VIDA (MICRORRELATO)


UNA MOSCA SALVÓ SU VIDA
(Copyright Andrés Fornells)
En la mesa de la cocina, un matrimonio joven compuesto por Celia y Raúl, se hallaba comiendo. Desde hacía algún tiempo las cosas no marchaban bien entre ellos dos. Él le dedicaba demasiado tiempo a su trabajo, y muy poco tiempo a su esposa. El silencio que mantenían ambos, permitía se escuchase nítidamente el ruido que hacían los cubiertos troceando los alimentos dentro de los platos.
En el techo había una lámpara de cristal. Tenía forma de campana y era de color verde. La bombilla que contenía estaba apagada porque no había necesidad de que alumbrase gracias a la claridad del sol matutino penetrando por la ventana de esta pequeña estancia de unos seis metros cuadrados.
En lo alto de la lámpara llevaba un buen rato posada una mosca. Era una mosca negra de grandes ojos inteligentes y poseedora del extraordinario don de poder leer los pensamientos de los seres humanos con solo dirigir su mirada a la frente de la persona que le interesaba conocer lo que estaba pensando.
Desde el primer momento que había dirigido su mirada a la joven Celia había experimentado hacia ella agrado y emitido una opinión favorable sobre la joven: “Es una chica cándida e inexperta que no tiene la más remota idea del terrible resultado que para ella puede tener si obra como le dicta su conciencia culpable”.
Celia había decidido, para librarse de los remordimientos que la atormentaban, confesar a su marido que le había sido infiel con un hombre al que ahora amaba con la misma fuerza que, en otro tiempo, lo amó a él, y ya no lo amaba más.
Raúl comía su tortilla, ensimismado, centrado en la misión que debía realizar aquella mañana, junto con sus compañeros, consistente en irrumpir en la lujosa villa de un importante mafioso y realizar su detención y la de cuatro de sus hombres que hallarían allí. Él y sus compañeros conocían que aquellos delincuentes contaban con armas y existían muchas posibilidades de que hubiese entre ellos un enfrentamiento con posibles heridos o muertos por ambas partes.
Raúl era policía y se hallaba de servicio. Encima de la mesa había dejado su revólver porque le incomodaba su peso teniéndolo metido en su funda sobaquera.
Su mujer soltó los cubiertos dentro del plato. Suspiró. Creía haber reunido el valor suficiente para confesarle a su esposo el adulterio cometido y su deseo de irse a vivir con el hombre que había despertado en ella un nuevo y apasionado amor. Iba a abrir su boca cuando de pronto, la mosca se lanzó en picado desde la lámpara y se posó en sus labios. Celia la espantó con la mano y, entonces, la mosca aterrizó sobre el cañón del arma de su cónyuge. Y cuando los ojos femeninos se posaron en ella, la mosca se tumbó de espaldas muy significativamente haciéndose la muerta. La joven comprendió que aquel pequeño bicho le estaba transmitiendo un mensaje, mensaje con el que sin la menor duda acababa de salvarle la vida.
Y Celia tomó la determinación que más le convenia para continuar viva: no contarle nunca a su marido la infidelidad cometida y olvidarse de su nuevo amor. En cuanto su marido se marchó a realizar la peligrosísima misión que lo aguardaba, Celia tiró el matamoscas a la basura y, en adelante, miró con inmenso cariño a todas las moscas que entraban en su casa.