ELLA NO QUERÍA CASARSE CON ÉL (RELATO)

ELLA NO QUERÍA CASARSE CON ÉL (RELATO)

Tania y Raúl lo pasaban maravillosamente bien juntos. Congeniaban en casi todo. Gozaban muchísimo amándose.  Pero existía un importante problema entre ellos, motivado por la religiosidad de él, y el ateísmo de ella.  

Al principio cegado por el placer que compartían, Raúl consintió en mantener con ella una relación sexual sin estar casados.

Hasta que un día, después de haber hecho el amor, mientras se duchaban juntos, Raúl le dijo a Tania empleando un tono muy exigente:

—Tania, tenemos que casarnos. No podemos continuar más tiempo pecando.

Ella lo miró sorprendida y dejó de enjabonarle, cariñosamente, el pecho desnudo, y manifestó tajante:

—Escucha, cariño, yo no quiero casarme contigo ni con nadie. No quiero pasar por algo que considero una estupidez. Una estupidez que se viene realizando desde hace siglos y que yo me niego realizar con borreguil sometimiento.

—Entiendo que no quieres casarte conmigo porque no me amas, que estás conmigo porque juntos disfrutamos del sexo —él disgustado, interpretándola mal.

—El sexo, con serlo mucho, no es lo más importante que me une a ti. Lo más importante que me une a ti es que te amo con toda mi alma.

—Si me amaras con toda tu alma, te casarías conmigo —obstinado él.

—Estás confundido. El pecado no existe entre nosotros dos. Yo me acuesto contigo porque te amo. Yo, por nada de este mundo, haría el amor con una persona que no fueras tú.

—Pues si me amas tanto como dices: casémonos.

—¡No! Nunca forzarás mi más firme voluntad. No me casaré contigo. Y nada podrás hacer para que cambie esta firme decisión mía.

La inquebrantable voluntad de ella exasperó en tal medida a Raúl que perdiendo los estribos decidió, desatadamente furioso:

—¡Pues sin estar casamos, yo nunca más volveré a hacer el amor contigo! —Raúl le gritó desaforadamente, por primera vez en el largo periodo de tiempo que duraba su relación.  

Su actitud hirió profundamente a Tania. Sus ojos se llenaron de lágrimas. Apretó con fuerza sus labios y respondió con voz quebradiza:

—De acuerdo. Me visto y me voy inmediatamente de tu casa. Nunca más volverás a verme.

Tanía cogió una toalla y apartándose de Raúl comenzó a secarse con extraordinaria energía y rapidez. Raúl, a pesar de la enorme contrariedad que le causaba la inquebrantable actitud de ella, juntando sus manos suplicó:

—Por favor, Tania, cásate conmigo. Yo correré con todos los gastos de la boda —pensando que pudiese ser éste el motivo de la continua negativa de ella.

Tania no respondió. Dejó caer la toalla al suelo. Salió presurosa del cuarto de baño, dejando en el aire el estallido de un sollozo profundo.

Raúl, desconcertado, aturdido y también furioso con la actitud de ella, tardó unos minutos en reaccionar. Cuando decidió intentar convencerla de lo que ella no quería ser convencida, Tania había abandonado su casa.

Raúl se vistió. Dentro de su cabeza daba vueltas y más vueltas lo ocurrido en los últimos minutos. Revivió cada momento, cada palabra cambiada entre ellos dos. Sentía una tristeza tan intensa que le dolía el corazón.

Fue hasta el dormito y se echó de bruces encima de la cama de sábanas arrugadas y hundió su cara en la almohada donde había reposado la cabeza de ella. Aspiró con deleite su perfume. Sintió adueñarse de él, el mismo desamparo que siente un niño perdido en mitad de la noche, y rompió a llorar, por primera vez en años.

Y reconoció entonces que sin Tanía su vida no valía nada, ella lo era todo para él. Secó sus lágrimas en una esquina de la almohada. Trató de serenarse. Le costó un tiempo. Cuando estuvo seguro de haber recobrado la voz marcó el número del teléfono de Tania. No pudo hablarle. Ella lo había silenciado. Raúl experimentó un aumento en su desesperación. Se apodero de él la angustiosa sensación de que habías perdido a Tania para siempre, y se sintió el más desdichado de los mortales.

Sin detenerse a pensarlo, se vistió de cualquier manera y salió corriendo de su apartamento. No se detuvo a esperar el ascensor. Voló escaleras abajo. Llegó al garaje subterráneo que poseía el edificio. Subió a su coche y lo condujo tan temerariamente por las calles que a punto estuvo varias veces de provocar un accidente de tráfico.

Tania vivía con su madre en un piso bastante céntrico. Raúl llegó delante de él. No vio ningún sitio donde poder aparcar su coche.  Dejó el vehículo en segunda fila, si lo multaban que lo multasen, si se lo llevaba la grua, que se lo llevase.

El ascensor no se hallaba abajo. Subió corriendo las escaleras. Llegó jadeante a la quinta planta. Caminó veloz por el pasillo. Llegó delante de la puerta donde vivían Tania y su madre. Jadeaba ruidosamente. Pulsó el timbre. Se le eternizaron los pocos segundos que tardó, Antonia, la madre de Tania, en abrir. Su rostro mostró inmediata severidad y rechazo.

—Hola, quiero hablar con Tania —dijo Raúl con voz entrecortada.

La mujer le respondió con frialdad:

—Tania no quiere, hablar contigo ni quiere tampoco verte. Así que te puedes ir por donde has venido.

—Por favor, señora Antonia —suplicó Raúl con lágrimas de desdicha engordando sus ojos.

—Ni por favor ni por nada. A mí hija le has roto el corazón y yo no te lo perdono. Así que adiósmuybuenas.

Y antes de que él pudiese reaccionar, Antonia le cerró la puerta en las narices.

Raúl con lágrimas rodando por sus mejillas se sentó en el suelo junto a la puerta, cogidas sus piernas por la parte de las rodillas y la cabeza vencida, apoyada en ellas.

Tanía tardó una hora en abrir la puerta y al verle allí encogido, desconsolado, le dijo compadecida:

—Pobrecito mío. Llevas más de una hora sentado en el duro suelo. Te ayudaré a levantarte, debes estar todo entumecido.

Ella le buscó las manos y le ayudó a ponerse de pie. Quedaron entonces frente a frente separados por unos pocos centímetros. Raúl le confesó entonces, entre sollozos:

Tania, yo te quiero tanto, que lejos de ti me moriré. Si tú me quieres pecador, yo pecador seré por ti.

Ella se le abrazó riendo y luego de darle un beso muy largo en la boca le dijo:

—Me comprometo ahora mismo a hacer de ti un pecador feliz.

Tania y Raúl vivieron felices, sin pisar juntos una iglesia, cincuenta años, que fue el tiempo que les duró la cuerda del reloj de la vida.

(Copyright Andrés Fornells)