YO TUVE UN PADRE MUY SEVERO (RELATO)

Pocas personas he conocido que temieran más que mi padre los peligros que los hijos pueden correr en las ciudades grandes, especialmente en las noches del fin de semana. Por este motivo me exigía, que a lo más tardar, las noches que acabo de mencionar, estuviese en casa a la medianoche. Una vez que llegué a casa a las dos y media de la madrugada, me dijo con la severidad de un juez implacable:
—Hijo, por haber desobedecido mis órdenes, quedas desheredado.
Yo confié en que rectificara este severo castigo, pero cuando mi padre se murió por habérsele terminado la cuerda a su vida, viví la tristeza de escuchar al albacea leer en su testamento, que su interesante y valiosa colección de sombreros se la dejaba a Merceditas, una vecina pelotas que se dirigía a él llamándole siempre con voz muy melosa: <<Queridísimo don Ramón, ¡qué alegría tan grande me da siempre verlo!>>.
Pero esto no fue lo peor, lo peor fue que a mí, el autor de mis descarriados días, me dejó heredero de algunas importantes deudas pendientes de pago, que yo me vi obligado a pagar.
Por todo lo que acabo de exponer no le guardo rencor a mi padre. Le agradezco que por vía sexual, con la colaboración de mi santa madre me diesen la oportunidad de entrar en este mundo lleno de oportunidades. Una de ellas, por ejemplo, que no gustándole a ella (a mi madre) su papel de viuda se volvió a casar con un hombre que no me tragaba y me prohibió entrar en su casa.
A mí no me importó nada su prohibición. Mi padrastro poseía una vivienda japonesa y para entrar en ella estabas obligado a descalzarte y, en invierno, yo me resfrío en cuanto se me hielan un poco los pies.
Merceditas, la favorecida en la herencia de mi padre, me invitó un día a café. Me gustó aquel café, pero me gustó todavía más lo que me dijo ella mientras lo tomábamos:
—He vendido la colección de sombreros que heredé de tu encantador padre y aquí tienes la mitad de lo que me pagaron por ellos.
Cogí el sobre que ella me entregó, lo abrí y dentro había una importante cantidad de dinero.
Le di las gracias y ella, riendo encantadoramente, dijo:
—Visítame cualquier noche que tengas ganas de verme y mirarme a los ojos... y más cosas.
Para averiguar a qué cosas se refería ella, la visité una noche. A pesar de ser una noche invernal ella me recibió en negligé.
—Queridísimo Mateo, qué alegría tan grande me da verte. Mis amorosos brazos te estaban esperando.
Conmovido y agradecido por tan amable acogida, yo cogí la buena costumbre de pasar todas las noches en su compañía, algo que seguramente mi severo padre, de poder hacerlo, desaprobaría.
Algunos envidiosos me dicen que soy un hombre con suerte. Yo no lo niego, pero les recuerdo:
—Con suerte, pero huérfano de padre.
Y es que quien inventó las monedas, con mucho acierto, le puso dos caras. ¿Estáis muchos de acuerdo conmigo?
(Copyright Andrés Fornells)
