UN CAMPESINO, UN PETULANTE Y UNA PATATA (RELATO)

UN CAMPESINO, UN PETULANTE Y UNA PATATA (RELATO)

UN CAMPESINO, UN PETULANTE Y UNA PATATA

(Copyright Andrés Fornells)

Hubo una vez un hombre que se creía muy sabio porque había aprendido en los libros leídos, que habían sido muchos, el enorme número de cosas que conocía. Una mañana en que reinaba un sol esplendoroso y hacía una temperatura muy agradable, este individuo tan muy leído decidió darse un buen paseo y visitar el Mercadillo, lugar donde no había estado desde hacía meses. Caminaba sin prisa alguna, observando a lo largo de su recorrido todo aquello que le despertaba algún interés.

Transcurrida una media hora alcanzó su meta. Se mezcló con la abigarrada multitud. Gozó del colorido de las tiendas de ropa y de las elevadas y propagandistas voces de los vendedores.

Pasó de largo del puesto que vendían discos antiguos, vídeos y CD. Si hubiese sonado en aquel momento música de la que él consideraba era de calidad, se habría detenido un momento a escuchar.

Recorrió algunos metros y quedó anclado en el puesto donde vendían libros de segunda mano. Abrió y hojeó varios de ellos ignorando al tendero que estaba pendiente de él. Vio frustrada una vez más la posibilidad de encontrar un incunable que engrosara la media docena que él poseía ya.

El vendedor algo molesto por su continuado manoseo ofreció:

—¿Puedo ayudarle a encontrar lo que busca, señor?

—No tiene usted nada importante que ofrecerme —replicó, arrogante, el hombre que por tanto libro consumido se creía un auténtico intelectual, cuando en realidad era un individuo engreído y fatuo. 

 Y llegó a la zona donde vendían verduras y frutas, pasando primero por un tenderete que vendía especies, y se consideró un exquisito porque aspiró con deleite los deliciosos perfumes que llegaban hasta su olfato de considerable tamaño.

Algunos metros más lejos llamó su atención un hombre vestido con ropas baratas y muy usadas, situado detrás de una destartalada mesa alargada, encima de la que tenía una báscula vieja y dos grandes sacos llenos de tubérculos. Encima de los sacos, bien visible, había un cartel en el que, con letras desiguales, ponía: Bendo patadas a 1 euro 2 k.

El hombre que se creía sabio se quedó mirando con desprecio al campesino y condenó con malvada burla:

—Pero ¿cómo puede usted ser tan ignorante, hombre? La palabra vendo se escribe con uve, y supongo que usted no vende puntapiés, sino que vende patatas.

Sus evidentemente actitud ofensiva, indignó al rústica campesino. Terminó éste de servir a una señora y volviéndose indignado hacia él le dijo:

—Oiga, Señor Sabelotodo, en mi casa éramos muy pobres y mis padres no pudieron enviarme al colegio, y me enviaron a un pedacito de tierra que teníamos, a trabajar en ella, de sol a sol, para sacarle a ese pedacito de tierra los alimentos que necesitábamos, para sobrevivir. Tenga —terminó su explicación entregándole una patata a su altivo y pretencioso interlocutor.

El engreído, mirándole con esos aires de superioridad que se gastan quienes creen valer mucho más que los demás, le dijo sin coger el tubérculo:

—¿Qué quieres que haga yo con eso, palurdo?

—Me gustaría que usted, que lo sabe todo, me demostrara como haría para sacar de esta patata, otras veinte.

—¿Pretendes burlarte de mí, analfabeto? —todavía altanero el hombre muy leído.

—Pretendo burlarme de usted, igual que usted pretende burlarse de mí —se defendió el modesto agricultor enseñándole sus manos estropeadas y callosas.

Las carcajadas de un par de curiosos que se habían detenido a escucharlos, descubrieron al individuo petulante, el ridículo tan grande que estaba haciendo. Pero en vez de pedir disculpas por su censurable arrogancia, poniendo cara de desprecio se alejó como gallo con la cresta caída.

Uno de los dos hombres que se había burlado del burlador, le dio la vuelta al cartón mal escrito, lo escribió correctamente y se llevó el agradecimiento del agricultor y una enorme patata que éste le regaló en reconocimiento, acompañando de una frase cargada de guasa:

—De esta patata pueden salir por lo menos treinta. No la desaproveche.

—Le sacaría yo esas treinta patatas si fuese tan sabio como es usted.

El hombre del campo sonrió agradecido a una persona que le reconocía sus méritos.

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