UNA MADRE MARAVILLOSA Y UN PADRE QUE PARABA POCO EN CASA (MICRORRELATO)
Nosotros fuimos seis hermanos: tres hembras y tres varones. Madre fue siempre, para todos nosotros, lo mejor que nos había sucedido en la vida. Mantenía la casa siempre limpia a pesar de que nosotros, para lo único que valíamos (quitando las chicas que algo la ayudaban), era para ensuciar.
Muy raramente la escuchamos quejarse o demostrar malhumor. Tenía una perenne sonrisa bondadosa y dulce en los labios y palabras de ánimo y consuelo para nuestros pequeños problemas y contrariedades.
Madre lo hacía todo muy bien. Cosía de maravilla, para nosotros, y cocinaba mejor que muchos chefs de renombre. Durante las fechas navideñas nos preparaba unos banquetes espectaculares, que todos disfrutábamos comiendo hasta la saciedad, y un poco más.
Me acaba de entrar la risa recordando lo que nos hacía al día siguiente de la comilona de Nochebuena. Madre escondía la báscula para que ninguno nos amargásemos subiéndonos en ella y comprobando lo que habíamos engordado con la comilona disfrutada.
Madre nos devolvía la báscula a la mitad del mes de enero del año siguiente diciendo:
<<Ahora que ya ha terminado el disfrute que les habéis dado a vuestros cuerpos, podéis ver lo que habéis engordado y comenzar a hacer deporte o dieta>>.
Madre estaba siempre en casa a nuestra disposición. Y decía todo el tiempo que amaba con locura a los niños. Padre nunca estaba en casa y nunca le escuchamos decir que amaba con locura a los niños.
Madre era uno de esos seres humanos cada vez más raros de encontrar. ¡Madre era perfecta! Y como les ocurre a la mayoría de las madres perfectas, ha tenido hijos muy perfectos. Todos queremos ser como ella.
En cambio, mi padre era un hombre gruñón que estaba quejándose, los pocos segundos que estaba con nosotros de que trabajaba todas las horas que restaban de las seis en que se daba la regalada vida de dormir. ¡Nuestro padre era muy imperfecto! Ninguno de sus hijos hemos querido ser como él.
(Copyright Andrés Fornells)