UN SUPUESTO VIRTUOSO DEL PIANO (MICRORRELATO)

UN SUPUESTO VIRTUOSO DEL PIANO (MICRORRELATO)


La niña tenía unas piernas muy largas y un vestidito empeñado en no crecer al mismo ritmo que lo hacía ella y por ello le venía cortísimo. Este hecho no la avergonzaba porque todavía tenía por cruzar esa barrera en que la inocencia no funciona ya y la vergüenza y el pecado asustan a quienes los descubren.

La niña calzaba zapatitos viejos que le oprimían los pies. Su madre la había peinado con una cola de caballo con la que a ella le gustaba golpease sus mejillas, algo que conseguía moviendo con rapidez la cabeza a un lado y a otro.

A la niña le apasionaba la música. Había sido así ni recordaba desde cuando. ¿Quizás desde el momento mismo en que nació? La música le gustaba toda, pero más que ninguna la música que nacía de las teclas blancas y negras de un piano. Uno de los espectáculos que más la embelesaban eran los conciertos que, por la televisión, daban los pianistas solistas.

Aquella mañana su madre le había dado algo de dinero, una bolsa, y enviado a comprar el pan. Al pasar por delante de la puerta de una casa que se hallaba en obras, la niña se detuvo, curiosa, y descubrió que dentro de una amplia estancia había un piano.

Lo estaba ella contemplando con admiración cuando apareció un hombre vestido con un mono sucio de polvo, caminó directo hacia donde se encontraba el bello instrumento a cuyo barniz sacaba destellos un rayo de sol, y tomó asiento en el taburete situado delante del piano.

La niña de las piernas largas y el vestidito corto suspiró ilusionada. De un momento a otro aquel hombre cuya indumentaria no era la que había visto a los virtuosos que actuaban en la televisión, pondría sus manos sobre las teclas blancas y negras y ella gozaría del inmenso placer que le procurarían las notas que saldrían de esas teclas.

El hombre levantó con decisión la tapa del piano y sacó de debajo de ella un paquete. El hombre fue desenvolviendo el papel de aluminio que lo cubría, apareció un bocadillo, y comenzó a comerlo con excelente apetito. Al segundo bocado se volvió perplejo hacia la niña que salió corriendo, disgustada, después de gritarle:
—¡Tío tonto!

Aquel obrero de la construcción jamás averiguaría el motivo de aquel insulto y aquella enojada carrera de una pequeña desconocida para él.

Y nunca sabría, ya anciano, que aquella niña que lo llamó tonto, llegada a su mayoría de edad se había convertido en una de las mejores pianistas del mundo.

(Copyright Andrés Fornells)