SU ESPOSA RECIBÍA CARTAS DE AMOR (RELATO)
Alfredo y Rosendo, dos amigos de toda la vida, acababan de sentarse en la terraza de un céntrico bar y pedidos dos cafés.
Hacía uno de esos hermosos días de primavera. Lucía un sol resplandeciente y el cielo estaba pintado de intenso color azul turquesa. Había subido considerablemente la temperatura y se notaba en una mayor actividad humana en las calles y en los comercios. Mucha de la gente que circulaba por las aceras se había librado de sus pesadas prendas de abrigo y vestía ropas más ligeras.
Alfredo, como si no le diera mucha importancia al tema, preguntó a Rosendo:
—¿Cómo están las cosas entre tú mujer y tú? ¿Sigue Diana recibiendo cartas de ese amante secreto que tiene?
—Sigue igual. Hace algunos minutos, antes de salir yo de casa, llegó una de esas cartas, y se la entregué yo mismo.
—¿Te mostraste enojado? —con evidente curiosidad su amigo.
—No. Me cansé ya de luchar contra un rival que considero me ha derrotado.
—Me sorprendes. Nunca fuiste de los que se rinden fácilmente.
—Ya. Pero no se puede retener a nadie a la fuerza. Cuando le he entregado la carta le he dicho: Diana, si tanto amas al que te envía cartas de amor, puedes irte con él.
—¿Y que te ha contestado ella? —ansioso a más no poder Alfredo.
—Qué eso iba a hacer, y la he dejado haciendo la maleta.
—Perdona. Acabo de acordarme de algo importantísimo que me urge hacer. Te dejo.
—Pero ¿qué te es tan urgente, hombre?
—Te lo contaré en otro momento.
Y Alfredo salió corriendo. Rosendo, que lo siguió con la vista pudo apreciar que su amigo se llevaba el teléfono móvil al oído.
Sonriendo maquiavélicamente sacó el móvil suyo del bolsillo y marcó un número. Le respondió una amorosa voz femenina:
—¿Dime qué quieres de mí, mi amor?
—Quiero darte una maravillosa noticia. He podido librarme de esos dos traidores y, en adelante, tú y yo podremos ser plena y libremente felices.
—Si te das prisa me encontrarás todavía en la cama.
—En ningún sitio mejor podría yo encontrarte. Vengo, volando.
Rosendo dejó unas monedas encima de la mesa e, imitando a Alfredo, salió corriendo de aquella terraza.
El Camarero que acababa de aparecer con los cafés en lo alto de una bandeja murmuró:
—Joder, todos los días aumenta el número de majaras en este mundo. Menos mal que han dejado pagadas las consumiciones.
Y porque le gustaba mucho el café se bebió los dos que llevaba.
(Copyright Andrés Fornells)