“SONRISAS” ERA UN BURRO INTELIGENTE (MICRORRELATO)
(Copyright Andrés Fornells)
Armando Ciruelo era un campesino joven, apocado y muy trabajador. Poseía, a las afueras del pueblo un terrenito desagradecido que le exigía un enorme esfuerzo sacarle algún provecho. Colaboraba con él, en esta ardua tarea, un burro de pelaje gris, exageradas orejas y dientes del tamaño de fichas de dominó que, por la afición suya a enseñarlas todo el tiempo, Armando lo había bautizado con un chorro de agua de botijo, y dado el nombre de “Sonrisas”. Esta ceremonia pagana la celebraron los dos con grandes carcajadas. Hecho sacrílego que, llegado a oídos de don Ramón, el párroco, éste condenó indignado:
—¡A saber cual de esos dos es más asno!
Todos los días, cuando el sol despertaba, amo y jumento se encontraban ya faenando. Y cuando el sol se acostaba del otro lado de la serranía, rucio y dueño regresaban a casa. Como Armando tenía mucha confianza con el animal le hacía confidencias que a ningún humano le habría hecho:
—Todas las noches me siento muy solo a partir del momento que te he dejado en la cuadra. Necesito meter una hembra en mi vida. La cabeza y todo el cuerpo me lo piden desesperadamente. Pero soy tan corto y tan torpe, que jamás tendré el valor suficiente para decírselo a ninguna.
“Sonrisas”, como si le entendiese, movía gravemente la cabeza al tiempo que sus grandes ojos inteligentes le dirigían miradas compasivas.
Todos los días, estos dos colaboradores, volviendo a casa, pasaban por delante de la granja de los Calderas. Los propietarios de esta próspera hacienda habían tenido cinco hijas. Cuatro de ellas las tenían casadas. La hija que permanecía aún soltera se llamaba Carmelita. Carmelita era una joven de carnes opulentas, con dos melocotones por mejillas y un par de ojos vivos, pícaros y siempre chispeantes de alegría. El espejo de su tocador le decía todos los días que no era guapa.
Cuando Armando y “Sonrisas” se la encontraban recogiendo el ganado, dando ella varazos a las reses que se hacían las remolonas, el joven labriego le pedía a su asno, acariciándole el lomo:
—Despacito, “Sonrisas”, despacito. Que esa moza me gusta tanto que solo con su cercanía me suelta truenos el corazón. Dame el máximo de tiempo para poder gozar contemplándola.
El animal soltaba un cantarín rebuzno para que la joven granjera se enterase de su presencia. Habitualmente ella se volvía a mirarlos y agitaba amistosamente un brazo. Ademán que el rústico le devolvía también con el brazo y su pollino enseñando su notable dentadura.
Y cuando a la chica la perdían de vista, el campesino le decía al jumento:
—Si no fuera yo tan torpe y vergonzoso, un día le pediría a esa moza relaciones. Hay noches en las que no puedo dormir pensando en ella y, a veces me figuro que es ella mi almohada y la cubro de besos.
—¡Hiaaa, hiaaa! —le respondía el cuadrúpedo.
Un atardecer, Armando caminaba llevando a su burro cogido del ronzal pues lo llevaba cargado con dos enormes sacos de patatas. Al pasar por delante del cortijo de los Calderas encontraron a Carmelita al pie del camino gritando a una vaca entrada en rebeldía:
—¡Tira para adelante, vaca loca, que se nos viene la noche encima!
Armando y su burro se hallaba a menos de cuatro metros de donde Carmelita se hallaba. Y entonces “Sonrisas” le dio con la cabeza un fuerte empellón a su dueño. Éste no pudo evitar dar un traspiés y precipitarse encima de la joven. Los dos cayeron al suelo, él encima de ella que contestó a las disculpas de él, sin hacer caso de las mismas:
—Bueno, ya era hora de que decidieras demostrarme que yo te gusto.
Armando estuvo a punto de meter la pata continuando con sus disculpas, cuando escuchó el furioso rebuznar de “Sonrisas” y mirando con embeleso a la moza le dijo:
—Carmelita, me gustas una burrada.
—Demuéstramelo —picarona ella.
—¿Cómo? —aturrullado él.
—Pues dándome un beso bien apretado.
Engolosinado, él no le dio un solo beso, sino ciento.
Hubo boda entre ellos dos, y “Sonrisas” pasó de tener un amo a tener dos, lo cual le alegró mucho porque ambos lo mimaban por haber hecho de casamentero sin conocer el habla de los humanos, pero sí sus sentimientos.