SEGUÍAN LOCAMENTE ENAMORADOS (MICRORRELATO)
Él salía de unos grandes almacenes y ella se disponía a entrar en ellos. Se reconocieron al instante. El corazón se les desbocó. Se miraron, el alma asomada a sus ojos. Llevaban cerca de dos años sin verse. Se les desbocó el corazón. Se miraron, el alma asomada a sus ojos. Llevaban cerca de dos años sin verse; una eternidad insufrible, interminable para ambos. Circunstancias de la vida los había atado a otras personas con lazos equivocados, por imposiciones familiares.
—¡Ana! —con voz estrangulada el hombre.
—¡Berto! —con un sollozo ahogado la mujer.
Abrieron sus brazos al mismo tiempo y recorriendo la corta distancia que les separaba se fundieron en un estrecho, desesperado abrazo. Y durante algunos minutos permanecieron apretadamente juntos, callados, jadeantes, gozando la dulzura y el calor que desprendían sus cuerpos enamorados, hechos para estar unidos.
Luego se separaron unos centímetros para poder mirarse larga, profundamente a los ojos, descubriendo que la devastadora hoguera del amor que antaño los abrasó seguía ardiendo en ellos con la misma intensidad de entonces.
Él la cogió con firmeza de la mano y echó a andar. Ella le siguió dócil, anhelante. Se pararon al llegar a la esquina. Él levantó el brazo que le quedaba libre y detuvo un taxi. Entraron juntos en el vehículo. Ella no preguntó a dónde la llevaba. Él no creyó necesario decírselo. Lo único que importaba a los dos en aquel momento era buscar un sitio donde poder morir de amor juntos, de nuevo, otra vez más, y después que fuese lo que Dios quisiera.