LOS PELIGROS DE UN BUEN BESO (RELATO)
Un hombre joven fue a la consulta de un afamado psicólogo. El psicólogo sonrió amablemente al visitante, lo invitó a sentarse y cuando lo tuvo delante, separados ambos por un bonito y moderno escritorio, le habló:
—Hola, usted me dirá en qué puedo ayudarle.
El recién llegado, mostrado extremado apocamiento, confesó al profesional, trabucándose todo el tiempo, el problema suyo que lo había decidido a acudir a él:
—Tengo novia. Y resulta que frecuentemente estando con ella, como soy tan tímido, se me queda la mente en blanco, no sé qué decirle, y ella se queja de que soy muy aburrido. ¿Puede usted ayudarme de algún modo?
El psicólogo se mostró muy comprensivo con él:
—Muchacho, no debe preocuparse demasiado por lo que le ocurre, es una reacción muy propia de las personas que, como usted, se turban con facilidad. Mi consejo es que, cuando no sepa que decirle a su novia, la coja cariñosamente por los hombros y la de un beso.
—Doctor, eso es lo que hago alguna que otra vez, pero ella me dice que no la bese más porque no la doy gusto alguno al besarla.
—Vaya, aquí sí tenemos un buen problema. ¿Puede enseñarme una foto de su novia?
Su visitante sacó de su bolsillo el teléfono móvil, buscó en él y le mostró varias fotografías. El profesional de la Psicología dejó escapar un suspiro que el joven apocado no supo cómo interpretar. Juntó sus manos, el profesional, en un gesto de aparente preocupación y propuso:
—¿Pueden venir mañana a mi consulta, a esta misma hora usted y su novia y yo le enseñaré como debe besarla?
—Un momento que hable con mi chica.
El joven timorato contactó con su prometida, le comunicó la petición del psicólogo y ella le dio su visto bueno.
—Doctor, mi novia está de acuerdo y mañana, a esta misma hora, nos tendrá usted aquí, a ella y a mí.
Y efectivamente el joven tímido y su también tímida y extraordinariamente hermosa novia llegaron a la consulta puntuales. El doctor los invitó a sentarse. Cuando les tuvo delante dirigió a la joven una sonrisa irresistiblemente cautivadora. Ella, subyugada le devolvió la sonrisa. A continuación, dirigiéndose a su novio, el psicólogo le dijo:
—Abra bien los ojos y fíjese usted, con la máxima atención, en lo que su novia y yo hacemos, y aprenda.
Abandonó su mesa. Le ofreció a ella su mano para ayudarla a ponerse de pie. Cuando la tuvo delante, el facultativo la atrajo cariñosamente hacia él y le dio un beso que a ella le volvió loco el corazón y el deseo. Durante los siguientes cinco minutos los dos cambiaron besos tan apasionados que los dejaban encendidos de pasión y embeleso.
Cuando los dos lograron separarse mirándose como si no existiese en el mundo nadie más aparte de ellos dos, el experto en Psiquiatría, le dijo al novio tímido y absolutamente perplejo y desconcertado.
—Joven, se terminó la sesión. Puede irse. Su novia se va a quedar. Me he dado cuenta de que también ella necesita un tratamiento especial, muy urgente.
—¿Tú te quieres quedar con el doctor, Victoria? —el aturdido novio.
—Claro, ya has escuchado lo que ha dicho: necesito un tratamiento especial y muy urgente.
El novio de Victoria anda buscando a un psicólogo nuevo que le cure de lo desdichado que es por haber perdido a su estupenda novia, por haberse ella liado con el fogoso psicólogo que la tenía en tratamiento y no quería soltarla ni ella quería que él la soltase.
(Copyright Andrés Fornells)