LOS HOMBRES SINVERGÜENZAS (MICRORRELATO)
Alberto Roncales era un tipo bien parecido, esbelto de cuerpo y elegante de movimientos, cualidades físicas que le permitían conquistar a mujeres poseedoras de principios poco firmes.
Dentro de su chulesco círculo de amigos, Alberto Roncales presumía de haberles hecho el amor a más de mil mujeres, entre solteras, casadas y viudas.
Yo trabajaba por aquel entonces para el periódico “El Podio” y, en cierta ocasión, hallándome corto de noticias, atendiendo a la sugerencia de un viejo amigo, y ayudado por él concerté una entrevista con el conquistador Alberto Roncales.
Mi amigo y yo nos reunimos con este afamado Donjuán en un bar, pedimos unas cervezas, yo puse en marcha la grabadora y comencé a formularle las preguntas que previamente había preparado. A mi primera cuestión, sobre si creía en el amor contestó, convencido:
—Claro que creo, por eso mientras espero llegue el gran amor de mi vida, distraigo mi espera acostándome con el amor de la vida de otros —riendo cínicamente.
No pudimos continuar la entrevista porque una hembra despechada por él cierto tiempo atrás, acabada de entrar en el establecimiento corrió hacia él hecha una furia, y le golpeó violentamente en la cabeza con una sartén que venía de comprar.
Los golpes en la cabeza pueden causar extraordinarios cambios en el cerebro de las personas que los reciben. Y eso fue lo que le aconteció a Alberto Roncales con aquel golpe, pues, a partir de aquel sartenazo dejaron de gustarle las mujeres, se hizo misionero y se fue a sermonear a los varones de las más recónditas aldeas africanas sobre el nulo perdón que Dios tiene para los hombres que no respetan el noveno mandamiento, practican la lujuria, la poligamia y la promiscuidad.
Dos etnias enemistadas, que vivían en la zona donde él se había ido a predicar, se declararon la guerra y su familia nunca volvió a saber de Alberto Roncales.
Los miembros de la hermandad religiosa a la que él pertenecía, dándolo por muerto, rezaban por la salvación de su alma y predicaron que estaban en contra de cualquier tipo de violencia, aunque reconocían que un sartenazo había obrado el milagro de convertir a un hombre inmoral en un modelo de santidad.