LA PROFESIÓN LO PRIMERO  (RELATO NEGRO AMERICANO)

LA PROFESIÓN LO PRIMERO  (RELATO NEGRO AMERICANO)

Barrio de Brooklyn. Interior de un conocido bar de copas. Ella se hallaba sentada a una mesa en el fondo del local. Le acompañaba un tipo insignificante; bajito, calvo y escuchimizado. Por contraste, ella era morena, guapa, con abundante cabellera rojiza y poseedora de una figura impresionante. La expresión de su atractivo rostro era de aburrimiento. Con forzada amabilidad fingía estar escuchando lo que decía el anodino joven situado frente a ella, mientras convirtiendo en peines los dedos de ambas manos echaba hacia atrás su larga melena, los grandes y bellos ojos suyos muy alerta, pendientes de cada persona que entraba en el establecimiento.

Casey Ford, que acaba de entrar en el local se fijó inmediatamente en ella. Su granítico rostro se mantuvo inexpresivo, lo cual en absoluto significaba no hubiese apreciado lo guapa que ella era, como demostraron sus pensamientos: “Podría celebrar el cierre del estupendo negocio que acabo de realizar, llevándomela a la cama después de haberla invitado a una buena cena. Lo intentaré. Tendría que estar loca para preferir continuar con esa mierdecilla de tío que la acompaña, a salir conmigo”.

Pidió un güisqui al barman y cuando le fue servido, lo pagó y fue a sentarse a una mesa desde la que podía ver y ser visto por aquella hembra que había llamado poderosamente su atención. Transcurrieron un par de minutos antes no reparó ella en su insistente mirada. Y su reacción no pudo ser más favorable para él.

La joven parpadeó con mayor fuerza, como si acabara de recibir una agradable sorpresa. Casey era joven, bien parecido y vestía ropas caras. La enigmática sonrisa que curvó los labios femeninos al apartar los ojos de él, motivo que también Casey esbozara una sonrisa, petulante en su caso. Estaba acostumbrado a que las mujeres se le entregaran con cierta facilidad.

No tardaron mucho en buscarle los negrísimos ojos de la hermosa desconocida. Casey, que lo estaba esperando, con un decidido movimiento de cabeza le indicó la dirección donde se hallaban los servicios.

 Ella entendió al instante su mensaje. Asintió disimuladamente con la cabeza, se quitó los cabellos de la cara, dijo algo al sujeto que estaba con ella, se levantó y echó a andar hacia el fondo del local donde se hallaban los servicios situados detrás de unos paneles cubiertos de plantas enredaderas.

La apreciativa mirada de Casey la siguió. El ajustado vestido que ella llevaba puesto permitía apreciar que poseía un cuerpo escultural y lo movía con excitadora voluptuosidad. 

—Está de puta madre la tía —murmuró excitado, mordiéndose los labios.

Se puso de pie y caminó hacia donde ella acababa de desaparecer y la encontró esperándole delante de la puerta de los aseos. Se detuvo frente a ella. Los ojos de ambos se encontraron. Deseo reflejaban los ojos de él, interés y expectación los de ella.

—Hola, belleza, si tú quieres puedo llevarte a un sitio mucho mejor que éste —propuso él con seductora soltura.

—¿Crees que eso me conviene? —provocadora ella, elevando sus senos hasta el punto de que las puntas de sus pezones se marcaron en la fina blusa blanca que vestía.

—Yo juraría que sí. Abandona a ese espantajo que está contigo. Yo puedo procurarte diversión y emociones fuertes.

Ella se lo quedó observando con un brillo indeciso en sus bellos ojos, durante unos segundos, para finalmente decidir realizando un gracioso gesto con la mano:

—¿Crees que debo despedirme de mi amigo?

—Mejor no. Déjale sin más, para que pueda contar a sus amigos que perdió en un bar a la mujer más guapa de esta ciudad.

—OK —aceptó ella—. Me llamo, Scarlet.

—Casey.

Se estrecharon la mano al tiempo que él le decía su nombre. Acto seguido echaron a andar el uno al lado del otro y ganaron la calle. Caminaron unos pocos metros por la acera y Casey se detuvo junto a un flamante Porsche. Scarlet dejó escapar un silbido de admiración.

—¡Vaya! Parece que te van bien las cosas.

—No puedo quejarme —él satisfecho de haberla impresionado.

Ocuparon los asientos delanteros del veloz y lujoso vehículo.

—¿Hay algún lugar al que te apetezca especialmente ir? —ofreció él, acompañándose de un gesto llamativo de su mano adornada con ostentosos anillos y una gruesa pulsera de oro.

—Ya he estado en demasiados lugares esta noche. ¿No conoces algún sitio donde podamos beber algo y charlar tranquilamente?

Insinuante el tono de voz y la expresión del rostro femenino. Casey, que se tenía por un gran conquistador, tanto por su físico como por el carísimo coche que poseía, sonrió envanecido. Ella se lo estaba poniendo de lo más fácil. Tan fácil como si fuese una prostituta, aunque no lo pareciera ni por su aspecto ni por su conducta.

—Tengo una habitación en el hotel Gran Nelson —soltó él con naturalidad.

—Bien —concedió Scarlet tras simular un momento de indecisión.

El Gran Nelson, un establecimiento de lujo, poseía en su sótano un amplio garaje para los vehículos de sus clientes y un ascensor que permitía a éstos subir a sus aposentos sin tener que pasar por la recepción.

Casey aparcó allí el suyo. Durante el corto trayecto, Scarlet lo había estado provocando con su falda intencionadamente subida varios centímetros por encima de las rodillas permitiéndole deleitar la vista con buena parte de sus bien torneados muslos.

Salieron los dos del vehículo. Casey pasó inmediatamente a la acción. Inmovilizó a la joven cogiéndola por los hombros y le buscó la boca. Fue un beso violento por ambas partes en el que pusieron mucho ardor. Al separarse, él juzgó presuntuoso:

—Tienes tantas ganas de mí, como yo las tengo de ti, ¿eh, belleza?

—¿Cómo se mide eso que has dicho? —entre divertida y desafiante ella.

Se besaron de nuevo con mayor pasión todavía, hasta quedarse sin aliento, acelerada, encendida la sangre que circulaba por sus venas.

—Llamaste a la puerta adecuada, morena. Te voy a dar todo el placer que necesitas.

—No escucharás queja de mí; si eso es así —riéndose, fogosa.

Caminaron, cogidos de la cintura, hacia donde se encontraba el ascensor. Ella demostró su voluntad de entregársele apoyando la cabeza en el hombro de él.

Dentro del aparato elevador los ardientes labios de los dos se unieron con hambre, sus alborotados corazones retumbando con furia, sus manos acariciando sin recato alguno.

Casey ocupaba una lujosa suite. Cerró la puerta nada más entraron en la misma. Él era un hombre notoriamente impulsivo que, cuando de verdad quería algo, lo tomaba sin demorarse esperando a que se lo dieran. Gracias a su impetuosidad, arrojo y codicia había alcanzado en muy poco tiempo la relevante posición que, por entonces disfrutaba dentro de la poderosa organización delictiva internacional a la que pertenecía.

Al quitarse la chaqueta, Scarlet vio que Casey llevaba un revólver metido en la cintura, entre su estómago y el cinturón, de donde lo cogió rápido y metió dentro del cajón de la mesita de noche.

—Vas armado —musitó ella, mostrando repentina inquietud.

—Tranquila. Llevo un arma por si me viese en la necesidad de defenderme —quitándole importancia—. Vivimos en un mundo peligroso, mundo en el que se entremezclan santos, terroristas, asesinos y víctimas. No te preocupes, ni te asustes. Para ti tengo todo mi incondicional amor --soltando una carcajada jactanciosa.

—Lo que me asusta de veras es el deseo tan violento que has despertado en mí —aceptando ella como buena su explicación.

—Deseo el tuyo que no es mayor que el deseo mío de ti —volvió a reír él comenzando a desabotonarle la blusa.

Scarlet acababa de enderezar su espléndido cuerpo después de haber depositado su bolso a un lado de la mesita de noche.

Casey al apreciar el detalle del cuidado con que ella había realizado esta acción tuvo un pensamiento de burla: “Ni que llevara media docena de huevos metidos dentro”.

Espoleado por la urgencia, cuando tuvo la blusa de ella abierta llenó las manos con los conos de carne turgente femenina. Scarlet respondió cubriendo de abrasantes besos su cuello. Rodaron sobre la cama. Se desvistieron mutuamente con urgencia lanzando al suelo las prendas que se iban quitando. Carey, más fuerte físicamente, ejerció de inmediato el papel dominante. Scarlet respondió a su violenta embestida apretándole contra ella, arañándole la espalda.

—Eres una gata lujuriosa, ¿eh? —celebró él su reacción.

Durante algunos minutos, enardecidos, mezclaron placer y dolor hasta culminar su unión con una brutal explosión de placer. Tendidos de espaldas, jadeantes, momentáneamente saciados, recuperando fuerzas, mantuvieron sus mentes activas.

—Eres la mejor hembra que he conocido en mucho tiempo —elogió Casey girando hacia ella su rostro sudado.

—Te devuelvo el elogio… aumentado. Ningún hombre mejor que tú he conocido hasta el día de hoy. ¿Te parece bien?

Sonó sincera y él, como les ocurre a tantos varones vanidosos, creyó que ella acababa de manifestar lo que realmente sentía.

A lo largo de varias horas realizaron más actos sexuales, en diferentes posiciones, sus cuerpos sanos, ágiles y resistentes. Agotados, ahítos de placer finalmente se durmieron.

Despertaron de madrugada. Bebieron un par de refrescos de la neverita bien provista del hotel y, estimulado por ambas partes el deseo, tuvieron un nuevo acoplamiento sus cuerpos. Al terminar se miraron muy fijamente a los ojos y mostraron que el encuentro entre ambos había sido de los que impactante. Scalet resolvió como si su decisión le doliera:

—Me daré una ducha y me iré.

Casey la retuvo cogiéndole una mano y pidió con firmeza:

—Quédate conmigo. No te faltará de nada. Tengo dinero.

Scarlet le registró los ojos y apreció que él hablaba en serio.

—Dame un poco de tiempo, para pensarlo. ¿Vale?

—Piénsalo mientras te duchas. Emplea la ducha de aquí del dormitorio. Yo emplearé la otra que está en el saloncito.

—De acuerdo, hermoso semental —bromeó ella mostrando excelente buen humor.

—No tardes mucho, mi reina —recorriendo con ojos cargados de deseo el magnífico cuerpo desnudo femenino, hasta que la puerta del cuarto de baño los separó

Mientras el agua de la alcachofa golpeaba su cabeza poblada de abundante cabello castaño, Casey se reafirmó en su decisión de mantener durante algún tiempo a la mujer que le había acompañado durante toda la noche. Le gustaba muchísimo. La mantendría como una reina hasta que se cansase de ella y, entonces la echaría de su lado igual que había hecho con otras muchas, empleando la misma indiferencia que si fuese una servilleta usada. “Aún está por nacer la hembra que yo quiera conservar de por vida. Por grande que sea una hoguera, siempre acaba convertida en un montón de cenizas”, pensó considerándose un poeta realista.

Scarlet actuó con tanta rapidez que, para cuando Casey regresó al dormitorio restregando su cabello mojado con una toalla, ella se había vestido ya, sacado de su bolso el objeto que llevaba allí preparado y conectado la radio.

Los ojos de Casey casi se desorbitaron al mirar hacía Scarlet y verla de pie apuntándole con un arma provista de silenciador. Ella aprovechó el momento en que la sorpresa lo había dejado paralizado para dispararle con presteza tres balazos en el pecho, a la altura del corazón.

Casey cayó al suelo como el monigote de un titiritero al que han soltado los hilos que lo sostenían. Scarlet elevó un poco más el volumen de la radio, se acercó al agonizando joven cuyos ojos velándose expresaban dolor e incomprensión, y precavida al máximo le metió, desde muy corta distancia otro balazo en la frente. El musculoso cuerpo de Casey realizo una nueva contracción y quedó totalmente inmóvil.

Scarlet apagó rápido la radio, caminó hasta la puerta donde, pegó su oído en la plana superficie de la misma y escuchó con la máxima atención durante varios minutos. Ningún ruido captó desde el exterior. Dejó escapar un suspiro de satisfacción y alivio. El éxito le había sonreído una vez más.

Mientras se iba adueñando de cuanto de valor pertenecía al muerto, de cuyas heridas no paraba de manar sangre, le dijo:

—Lo siento, hermoso. Lo pasé muy bien contigo. No ha sido nada personal lo que acabo de hacerte. Es que la profesión, es lo primero —notó que su voz estaba a punto de quebrarse y añadió contrariada—: Tendré que andar con más cuidado. Parece que me estoy ablandando.

Aunque sabía que no estaba fichada, antes de abandonar la habitación, con una toalla mojada tomó la precaución de borrar todas las huellas que pudo. Finalmente, se aseguró de que nadie la viese abandonar la suite.

El ascensor la llevó al garaje. Se colocó unas gafas negras que llevaba dentro de su bolso y se subió al Porsche del asesinado por ella, cuyas llaves le había quitado.

Condujo el potente vehículo hasta el centro de la ciudad y lo abandonó en zona autorizada para carga y descarga. Aprovechó que no había nadie cerca para borrar sus huellas del volante, del pomo del cambio de marchas y de la manivela que había tocado al abrirlo.

Hecho todo lo anterior caminó con naturalidad durante dos manzanas procurando aprovechar la sombra de toldos y cornisas, pues calentaba mucho el sol que, superados los rascacielos más altos caía ya a plomo.

Scarlet detuvo un taxi, ocupó uno de los dos asientos de atrás del vehículo y, precavida siempre, ordenó al taxista la llevase hasta una plaza céntrica, distante de su domicilio varios minutos andando. A lo precavida y cuidadosa que era debía el no haber tenido problema alguna a lo largo de los cinco años que ejercía la profesión de asesina.

Preparó un buen desayuno. El extenuante ejercicio sexual realizado le había despertado un gran apetito. Mientras comía su fría mente repasó los últimos acontecimientos vivimos por ella. Con ese asesinato había cumplido un encargo muy bien pagado que le habían hecho. Para su jefe, un hombre tan sobrado de dinero como falto de escrúpulos, Casey, con su desmedida ambición y codicia se había convertido en un peligro para él.

Scarlet encajó por un momento las mandíbulas recordando las dudas que durante algunos minutos, mientras estaba con Casey le asaltaron, y lo a punto que había estado de faltar a su compromiso, con el riesgo tan grande que esto habría representado para ella. Considerándolo ahora, con calma , se dijo contrariada: <<Tal vez debiera pensar muy en serio retirarme. No soy la misma de siempre. Me estoy ablandando. Tengo reunido dinero suficiente para vivir ociosa el resto de mi vida sin pasar apuros económicos>>.

—Me tomaré un tiempo. Las cosas hay que madurarlas sin prisas —consideró cayendo en el uso de escucharse de viva voz cuando tenía preocupaciones.

Se sirvió otra taza de café para combatir el sueño que le estaba entrando debido a lo poco que su víctima le había dejado dormir. Quería, luego de asearse y vestirse, ir de compras, una de sus caras distracciones. Y dejaría para el final pedirles disculpas a su feo y escuchimizado hermano, por haberle dejado abandonado en el bar donde la habían informado iba a ir Casey la mañana del día anterior.

(Copyright Andrés Fornells)

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