LA PROFESIÓN LO PRIMERO (RELATO NEGRO)

LA PROFESIÓN LO PRIMERO (RELATO NEGRO)

LA PROFESIÓN LO PRIMERO

(Copyright Andrés Fornells)

Barrio de Brooklyn. Interior de un conocido bar de copas. Ella se hallaba sentada a una mesa en el fondo del local. Le acompañaba un tipo insignificante; bajito, calvo y escuchimizado. Por contraste, ella era morena, guapa, con abundante cabellera azabache y poseedora de una figura impresionante. La expresión de su atractivo rostro era de aburrimiento. Con forzada amabilidad fingía estar escuchando lo que decía el anodino joven situado frente a ella, mientras convirtiendo en peines los dedos de ambas manos echaba hacia atrás su larga, sedosa melena; los grandes y bellos ojos suyos alerta, pendientes de cada persona que entraba en el establecimiento.

Casey Ford, que acaba de hacerlo, se fijó inmediatamente en ella. Su granítico rostro se mantuvo inexpresivo, lo cual en absoluto significaba no hubiese apreciado lo guapa que ella era, y reflejaron sus pensamientos: “Podría celebrar el cierre del estupendo negocio que acabo de realizar, llevándomela a la cama después de haberla invitado a una buena cena. Lo intentaré. Tendría que estar loca para preferir continuar con ese mierdecilla de tío que la acompaña, a salir conmigo”.

Pidió un güisqui al barman y cuando le fue servido, lo pagó y fue a sentarse a una mesa desde la que podía ver y ser visto por aquella hembra que nada más poner sus ojos en ella había llamado poderosamente su atención. Transcurrieron un par de minutos antes no reparó ella en su insistente mirada. Y su reacción no pudo ser más favorable para él. La joven parpadeó como si acabara de recibir una agradable sorpresa.

Casey era joven, bien parecido y vestía ropas caras. La enigmática sonrisa que curvó los labios femeninos al apartar los ojos de él, motivo que también Casey esbozara una sonrisa, petulante en su caso. Estaba acostumbrado a que las mujeres se le entregaran con cierta facilidad.

No tardaron mucho en buscarle los negrísimos ojos de la hermosa desconocida. Casey, que lo estaba esperando, con un decidido movimiento de cabeza le indicó la dirección donde se hallaban los servicios. Ella asintió disimuladamente con la cabeza, se quitó los cabellos de la cara, dijo algo al sujeto que estaba con ella, se levantó y echó a andar hacía el fondo del local donde se hallaban los servicios, situados detrás de unos paneles cubiertos de plantas enredaderas.

La apreciativa mirada de Casey la siguió. El ajustado vestido gris que ella llevaba puesto permitía apreciar poseía un cuerpo escultural que movía con excitadora voluptuosidad. Zapatos de altos y finos tacones y, colgando del hombro, llevaba un bolso negro también.

—Está de puta madre la tía —murmuró él, mordiéndose los labios.

Se puso de pie y caminó hacia donde ella acababa de desaparecer, y la encontró esperándole delante de la puerta de los aseos. Se detuvo delante de ella. Los ojos de ambos se encontraron. Deseo reflejaban los ojos de él; interés y cierta expectación los de ella.

—Hola, belleza, si tú quieres, puedo llevarte a un sitio mucho mejor que éste —propuso él con seductora soltura.

—¿Crees que eso me conviene? —provocadora ella, elevando sus senos hasta el punto de que las puntas de sus pezones se marcaron en la fina blusa blanca que vestía.

—Yo juraría que sí. Abandona a ese espantajo que está contigo. Yo puedo procurarte diversión y emociones fuertes.

Ella se lo quedó observando durante unos pocos segundos con un brillo indeciso en sus bellos ojos, para finalmente decidir realizando un gracioso gesto con la mano:

—¿Crees que debo despedirme de mi amigo?

—Mejor no. Déjale sin más, para que pueda contar a sus amigos que perdió en un bar a la mujer más guapa de esta ciudad.

—OK —aceptó ella—. Me llamo, Scarlet.

—Casey.

Se estrecharon la mano al tiempo que él le daba su nombre. Acto seguido echaron a andar el uno al lado del otro y ganaron la calle. Caminaron unos pocos metros por la acera y Casey se detuvo junto a un flamante Porsche. Scarlet dejó escapar un silbido de admiración.

—¡Vaya! Parece que te van bien las cosas.

—No puedo quejarme —satisfecho de haberla impresionado.

Ocuparon los asientos delanteros del veloz y lujoso vehículo.

—¿Hay algún lugar al que te apetezca especialmente ir? —ofreció él, acompañándose de un gesto llamativo de su mano adornada con ostentosos anillos y una gruesa pulsera de oro.

—Ya he estado en demasiados lugares esta noche. ¿No conoces algún sitio donde podamos beber algo y charlar tranquilamente?

Insinuante el tono de voz y la expresión del rostro femenino. Casey, que se tenía por un gran conquistador, tanto por su físico, como por la muy favorable ayuda del carísimo coche que poseía, sonrió envanecido. Ella se lo estaba poniendo de lo más fácil. Tan fácil como si fuese una prostituta, aunque no lo pareciera ni por su aspecto ni por su conducta.

—Tengo una habitación en el hotel Gran Nelson —soltó él con naturalidad.

—Bien —concedió Scarlet tras simular un momento de indecisión.

El Gran Nelson, un establecimiento de super lujo, poseía en su sótano un amplio garaje para los vehículos de sus clientes y un ascensor que permitía a éstos subir directamente a sus aposentos sin tener que pasar por la recepción.

Casey aparcó allí su Porsche. Durante el corto trayecto, Scarlet lo había estado provocando con su falda intencionadamente subida varios centímetros por encima de las rodillas permitiéndole deleitar su vista con buena parte de sus bien torneados muslos.

Salieron los dos del vehículo. Casey pasó inmediatamente a la acción. Inmovilizó a la joven cogiéndola por los hombros y le buscó la boca. Fue un beso violento por ambas partes en el pusieron mucho ardor. Al separarse, él juzgó presuntuoso:

—Tienes tantas ganas de mí, como yo las tengo de ti, ¿eh, belleza?

—¿Cómo se mide eso que has dicho? —entre divertida y desafiante ella.

Se besaron de nuevo con mayor pasión todavía, hasta quedar sin aliento, acelerado el pulso, encendida la sangre que circulaba por sus venas.

—Llamaste a la puerta adecuada, morena. Te voy a dar todo el placer que necesitas.

—No escucharás queja de mí si es así —riéndose, fogosa, predispuesta.

Caminaron hacia donde se encontraba el ascensor, cogidos de la cintura. Ella demostró su voluntad de entregársele rodeándole el cuello con sus brazos y apoyando la cabeza en su hombro.

Al abandonar el aparato elevador los ardientes labios de los dos se unieron con hambre, sus alborotados pechos retumbando con furia.

Casey ocupaba una lujosa suite. Cerró la puerta nada más entraron. Él era un hombre notoriamente impulsivo que, cuando de verdad quería algo, lo tomaba sin torturarse esperando a que se lo dieran. Gracias a su impetuosidad, arrojo y codicia había alcanzado en muy poco tiempo la relevante posición que, por entonces, disfrutaba dentro de la poderosa organización delictiva internacional a la que pertenecía.

Al quitarse la chaqueta, Scarlet vio que Casey llevaba un revólver metido en la cintura, entre su estómago y el cinturón, de donde lo cogió rápido y metió dentro del cajón de la mesita de noche.

—Vas armado —musitó ella, mostrando repentina inquietud.

—Tranquila. Llevo un arma por si me viese en la necesidad de defenderme —quitándole importancia—. Vivimos en un mundo peligroso, mundo en el que se entremezclan santos, terroristas, asesinos y víctimas. No te preocupes, ni te asustes soy un hombre pacífico.

—Lo que me asusta de veras es el deseo tan violento que has despertado en mí —aceptando ella como buena su explicación.

—Deseo que no es mayor que el mío —rio él comenzando a desabotonarle la blusa.

Scarlet acababa de enderezar su espléndido cuerpo después de haber depositado su bolso a un lado de la mesita de noche, entre ésta y la cama, para que no tropezaran con él.

Casey al apreciar el detalle del cuidado con que ella había realizada esta acción tuvo un pensamiento de burla: “Que cuidadosa. Ni que llevara media docena de huevos metidos dentro del bolso”.

Espoleado por la urgencia, cuando tuvo la blusa de ella abierta llenó las manos con los conos de carne turgente femenina. Scarlet respondió cubriendo de abrasantes besos su cuello.

Rodaron sobre la cama. Se desvistieron mutuamente con urgencia lanzando al suelo las prendas que se iban quitando. Más fuerte físicamente Casey, ejerció de inmediato el roll dominante. Scarlet respondió a su violenta embestida apretándole contra ella, arañándole la espalda.

—Eres una gata lujuriosa, ¿eh? —celebró él su reacción.

—Sí, soy una gata que muerde —limitándose a rozarle el cuello con los dientes, acción que remató con una risa ahogada que a él le produjo un agradable cosquilleo.

Durante algunos minutos, enardecidos, mezclaron placer y dolor hasta culminar su unión con una brutal explosión orgásmica. Tendidos de espaldas, jadeantes, momentáneamente saciados, recuperando fuerzas, mantuvieron sus mentes activas.

—Eres la mejor hembra que he conocido en mucho tiempo —elogió Casey girando hacia ella su rostro sudado.

—Te devuelvo el cumplido… aumentado. Ningún hombre mejor que tú he conocido hasta el día de hoy. ¿Te gusta saberlo?

Sonó sincera y él que, como les ocurre a tantos varones, era vanidoso, creyó que ella acababa de manifestar lo que realmente sentía.

A lo largo de varias horas realizaron más actos sexuales, en diferentes posiciones sus cuerpos sanos, ágiles y resistentes. Agotados, ahítos de placer finalmente se durmieron.

Despertaron de madrugada. Bebieron un par de refrescos de la neverita bien provista del hotel y estimulado por ambas partes el deseo carnal, tuvieron un nuevo acoplamiento sus cuerpos. Al terminar se miraron fijamente a los ojos y éstos mostraron que el encuentro entre ambos había sido de los que impactan. Scarlet resolvió como si su decisión le doliera:

—Me daré una ducha y me iré.

Casey la retuvo cogiéndole una mano y pidió con firmeza:

—No te vayas. Quédate conmigo. No te faltará de nada. Tengo dinero. Mucho dinero.

Scarlet le registró los ojos y apreció que él hablaba en serio.

—Dame un poco de tiempo, para pensarlo. ¿Vale?

—Piénsalo mientras te duchas. Emplea la ducha de aquí del dormitorio. Yo emplearé la otra que está en el saloncito.

—De acuerdo, hermoso semental —bromeó ella mostrando excelente buen humor.

—No tardes mucho, mi reina —recorriendo con ojos cargados de deseo el magnífico cuerpo desnudo femenino hasta la puerta del cuarto de baño tras la que ella desapreció.

Mientras el agua de la alcachofa golpeaba su cabeza poblada de abundante cabello castaño, Casey se reafirmó en su decisión de mantener durante algún tiempo con él a la mujer que le había acompañado durante toda la noche. Le gustaba muchísimo. La mantendría como una reina hasta que se cansase de ella y, entonces la echaría de su lado igual que había hecho con otras muchas, empleando la misma indiferencia que si fuesen servilletas usadas. “Aún está por nacer la hembra que yo quiera conservar de por vida. Por grande que sea una hoguera, siempre acaba convertida en un montón de cenizas”, pensó considerándose un poeta realista.

Scarlet actuó con tanta rapidez que, para cuando Casey regresó al dormitorio restregando su cabello mojado con una toalla, ella se había vestido ya, sacado de su bolso el objeto que llevaba allí preparado y conectado la radio.

Los ojos de Casey casi se desorbitaron al mirar hacía Scarlet y verla de pie apuntándole con un arma provista de silenciador. Ella aprovechó el momento en que la sorpresa lo había dejado paralizado para dispararle con presteza cuatro balazos consecutivos en el pecho, a la altura del corazón. Casey cayó al suelo como el monigote de un titiritero al que han soltado los hilos que lo sostenían.

Scarlet elevó un poco más el volumen de la radio, se acercó al agonizante joven cuyos ojos velándose expresaban dolor e incomprensión, y precavida al máximo le metió otro balazo en la frente. El musculoso cuerpo de Casey realizo una nueva contracción y quedó totalmente inmóvil.

Scarlet apagó rápido la radio, caminó hasta la puerta donde, pegó su oído sobre su plana superficie y escuchó con la máxima atención durante un par de minutos. Ningún ruido captó desde el exterior. Dejó escapar un suspiro de satisfacción y alivio. El éxito le había sonreído una vez más.

Mientras se iba adueñando de cuanto de valor pertenecía al muerto de cuyas heridas no paraba de manar sangre le dijo:

—Lo siento, hermoso. Lo pasé muy bien contigo. No ha sido nada personal lo que acabo de hacerte. Es que la profesión, es lo primero y he tenido que cumplir un encargo—notó que su voz estaba a punto de quebrarse y añadió contrariada—: Tendré que andar con más cuidado. Parece que me estoy ablandando.

Aunque sabía no estaba fichada, antes de abandonar la habitación, con una toalla mojada borró todas las huellas que pudo, y se aseguró de que nadie la viese abandonar la suite. El ascensor la llevó al garaje. Se colocó unas gafas negras que llevaba dentro de su bolso y se subió al Porsche del asesinado por ella, cuyas llaves le había quitado.

Condujo el potente vehículo hasta el centro de la ciudad y lo abandonó en zona autorizada para carga y descarga. Aprovechó que no había nadie cerca para borrar sus huellas del volante, del pomo del cambio de marchas y de la palanca empleada para ajustar el asiento.

Caminó con naturalidad durante dos manzanas procurando aprovechar la sombra de toldos y cornisas pues calentaba mucho el sol que, superados los rascacielos más altos caía a plomo. Detuvo un taxi que venía vacío, ocupó uno de los dos asientos de atrás del vehículo y, precavida siempre, ordenó al taxista la llevase hasta una plaza céntrica, distante varios minutos andando de su domicilio.

Comió en su lujoso apartamento el sano desayuno preparado por ella. En su mente, la mayor parte del tiempo revivía las experiencias vividas con Casey y su irremediable ejecución, por la que le había pagado una buena suma de dinero el hombre sin escrúpulos, para quien el joven del Jaguar se había convertido en muy peligroso debido a su desmedida ambición.

Encajó por un momento las mandíbulas recordando las dudas que durante algunos minutos, mientras estaba con Casey le asaltaron, y lo a punto que había estado de faltar a su compromiso, con el riesgo tan grande que esto habría representado para ella. Considerándolo ahora, se dijo contrariada: “Tal vez debiera pensar muy en serio retirarme. No soy la misma de siempre. Me estoy ablandando. Tengo reunido dinero suficiente para vivir ociosa el resto de mi vida sin pasar apuros económicos”.

—Me tomaré un tiempo para decidirlo. Las cosas hay que madurarlas sin prisas —consideró cayendo en el uso de escucharse de viva voz cuando tenía preocupaciones.

Se sirvió otra taza de café para combatir el sueño que le estaba entrando debido a lo poco que su víctima le había dejado dormir. Quería, luego de asearse y vestirse, ir de compras una de sus caras distracciones. Y dejaría para el final pedirles disculpas a su feo y escuchimizado hermano, por haberle dejado abandonado en el bar donde la habían informado iba a ir Casey la mañana del día anterior.

Corrió las cortinas del salón. El sol estaba dando de lleno en él y no quería pudiese dañar los bonitos y caros muebles que allí tenía.

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