LA FÁBULA DEL ÁRBOL ENFADADO (MICRORRELATO)
Un perro cochino se acercaba todos los días al tronco de un árbol, levantaba con displicencia una de sus patas traseras y descargaba sobre él todo el maloliente contenido de su vejiga.
Aquel árbol, que era tan amante de la pulcritud que todos los años cambiaba de traje, odiaba esta puerca acción del can, y deseoso de poder evitarla, le pidió a su madre la naturaleza le concediese el don de la movilidad. Una movilidad que le permitiese apartarse a tiempo de la apestosa rociada canina y la suficiente flexibilidad de alguna de sus ramas más bajas para castigar con un buen golpe al desconsiderado meón.
La madre naturaleza, todos los que se acercan a ella con peticiones han descubierto que es muy hermosa, pero tiene el evidente defecto de ser sorda. Así que, por serlo, no escuchó la petición del árbol, y el perro siguió duchándolo con su manguerita de los desahogos.
Finalmente, un día de tempestad pasó cerca del árbol meado un rayo amigo, y el árbol le pidió un favor. El rayo lo escuchó con atención, después de pedirle al trueno que dejara de hacer ruido por un momento, y se avino inmediatamente a favorecerle:
—Tranquilo que yo te ayudaré. Ya lo verás. Los amigos estamos para eso.
Y en efecto, la próxima vez que el desconsiderado chucho se acercó al árbol para bañarlo con la habitual micción, el rayo descendió desde el cielo, y le chamuscó todo el rabo. El cánido escapó aullando de dolor y, escarmentado, nunca más volvió a molestar a ese árbol amante de la pulcritud.
Esta fábula nos enseña que nuestros amigos pueden hacer por nosotros cosas que nosotros mismos no podemos. Tengámoslo siempre presente, y dediquemos a nuestros amigos el buen trato que merecen.
(Copyright Andrés Fornells)