LA ESTRATEGIA DE UNA CHICA ENAMORADA (RELATO)
Aurorita González era una joven que, encantos aparte, siempre supo lo que más le convenía y obrado en consecuencia. A los dieciocho años conoció a Roberto Piñones en una heladería donde ambos acababan de comprar dos helados iguales.
Se miraron con simpatía, y él dijo:
—Los de turrón y vainilla son mis favoritos.
—También son los favoritos míos —reconoció ella.
—¿Nos los vamos comiendo juntos? —propuso él.
—Será un gran placer —aceptó ella sonriéndole, seductora.
Y echaron a andar cambiando, entre lametazo y lametazo sensual, miradas encantadoras y sonrisas divertidas. Total, que de este encuentro surgió una mutua atracción, y de la mutua atracción pasaron los dos a mantener una relación estable.
Un buen día Aurorita González cogió los ahorros que tenía, y como no le llegaba para lo que se había planeado realizar pidió a su madre, que nunca había tenido para ella un no, le prestase la cantidad que le faltaba para la suma total que necesitaba.
—¿Para qué quieres ese dinero? —quiso saber, curiosa, la buena mujer que la había traído al mundo.
—No te lo diré ahora, mamá. Ten paciencia y verás como el día que yo te lo diga te sentirás orgullosa de mí.
—Ay, hija, qué puñetera eres, siempre consigues tenerme intrigada —reconoció, riendo, su madre.
Con la suma de dinero reunido, Aurorita González se compró una motocicleta y, subido en ella, todos los días llevaba a Roberto Piñones a la oficina donde él estaba empleado, y una vez terminada él su jornada laboral, ella se lo traía de vuelta a casa. Entonces los dos preparaban juntos la cena y si sus cuerpos lo demandaban, se iban a la cama, aunque no tuviesen sueño, donde hacían cosas que les gustaban muchísimo por el placer que en esas cosas encontraban.
Una compañera de trabajo, que se las daba de feminista, acusó un día a Aurorita González de sumisa, blandengue y esclava:
—Yo nunca llevaría a mi chico en moto al trabajo y lo recogería al terminar. Eso es esclavitud, sometimiento y humillación —afirmó contundente.
—Ya, porque tu chico es más feo que un demonio con viruela y no intentan todas las lagartas de la ciudad ligárselo en el autobús en el que mi Roberto viajaba antes de comprarme yo la moto.
Pasan los años y Aurorita y Roberto siguen viajando en motocicleta, comiendo helados de turrón y vainilla, yéndose a la cama, aunque no tengan sueño, y manteniendo vivo su amor. Ella sabe distinguir muy bien entre sumisión y precaución, y él sabe apreciar cuanto vale una mujer fiel que lo mima y cuida.
(Copyright Andrés Fornells)