HUIDA (HISTORIAS NEGRAS AMERICANAS)

HUIDA (HISTORIAS NEGRAS AMERICANAS)

HUIDA

(Copyright Andrés Fornells)

Se asegura en ciertos ambientes que las mafias muy poderosas tienen unos tentáculos tan largos, que llegan con ellos a todos los rincones del mundo y encuentran a los que buscan, aunque éstos se escondan bajo tierra.

Ese miedo tenía Stella metido en el cuerpo a pesar del nombre falso con el que viajaba y de estar convencida de no haber dejado rastro alguno detrás de ella. A su lado, Kirk, su cómplice en el importante robo que habían realizado en la caja fuerte del capo de la droga, Chino González, no se encontraba menos temeroso que ella. Sin embargo, para no entrar de lleno en un estado de pánico extremo, ninguno de los dos hablaba de lo que estaba sintiendo. Consideraban sumamente importante seguir mostrando valor. Su amor y su codicia debía ser más fuerte que cualquier otra cosa. Habían sabido de sobra a lo que se exponían cuando dieron aquel peligroso paso.

De vez en cuando los dos huidos se miraban y ella le regalaba a él el brillo de sus grandes ojos claros y forzaba una de sus encantadoras sonrisas. La belleza de Stella creaba en su entorno visibles muestras de admiración. Admiración que después de haberse enamorado de Kirk la molestaban sobremanera. Y ahora, que se sentían en peligro, la exasperaba llamar la atención. Exactamente esto mismo le ocurría a su amante que, de haberse hallado ambos en circunstancias normales se habría encarado con alguno de los que mostraban signos de lujuria hacia la mujer que amaba hasta el punto de estar compartiendo con ella un peligro mortal.

Alegró a los dos el anunció por los altavoces de que iban a aterrizar dentro de muy pocos minutos, y petición a todos los pasajeros de que tuvieran la amabilidad de permanecer en sus asientos con los cinturones puestos.

Con algo de tranquilidad recobrada, Stella y Kirk cerraron los cinturones a su cintura y se cogieron las manos para transmitirse mutua confianza.

—Las balas que llevan nuestros nombres no van a encontrarnos —dijo confiada, la que había sido mujer favorita del Chino González.

—Los brazos de ese cabrón va a quedar demostrado que no son tan largos como él presume tenerlos —consideró su enamorado esbozando una sonrisa jactanciosa.

El aparato aterrizó sin novedad. Los que gustan de premiar con aplausos a los pilotos, les dieron tarea sonora a sus manos. Detenido por fin el avión, los pasajeros fueron recuperando sus bultos de mano. En uno de los dos pertenecientes a Stella y Kirk, bien ocultos dentro de unos jarrones mexicanos preparados para que no pudiera verse su contenido, iban los miles de dólares que se habían llevado de la caja fuerte del capo mafioso.

Minutos más tarde, ya dentro de las dependencias del aeropuerto, recogieron sus maletas de la cinta transportadora.

Abandonaron sin problemas aquella zona, encontrándose a continuación en la gran sala donde esperaban familiares de los viajeros, agentes de hoteles y de alquiler de coches. Las numerosas puertas acristaladas les permitía ver el tiempo que hacía en el exterior.

—Disfrutaremos de un día maravilloso —comentó, mostrando contento Kirk.

—Está tarde podemos darnos un baño en la playa y excitarte yo con ese bikini azul que tanto te gusta.

—Y esta noche cenar en alguna terraza bajo la luz de la luna. Vamos a ser inmensamente felices.

—Inmensamente felices.

A la salida del aeropuerto se les acercó un chofer uniformado cuya gorra llevaba escrito en letras doradas el nombre del hotel que habían reservado.

Los dos huidos se mostraron agradablemente sorprendidos del excelente servicio que demostraba el hotel de segunda categoría escogido por ellos para poder pasar más desapercibidos. Stella y Kirk lo comentaron:

—Excelente servicio el que ofrecen, ¿verdad?

—Cierto. Y eso que no es un hotel de los más caros —convino ella.

Ninguno de los dos reparó en el bulto que abombaba la parte izquierda de la chaqueta del conductor que, habiendo cerrado ya el maletero con el equipaje de ambos dentro acababa de sentarse al volante del vehículo.

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