HITLER Y EL VALIENTE PUEBLO DANÉS

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HITLER Y EL VALIENTE PUEBLO DANÉS

Chercher la femme fue una de las primeras palabras que aprendí de la bella y pomposa lengua francesa. Esta busca me llevó a Dinamarca y más concretamente a Copenhague. La mujer buscada por mí era guapa, poseía una llamativa cabellera color fuego y un cuerpo bien provisto de todas las notables y excitadoras curvas que despiertan en el hombre que todavía conserva algunos genes trogloditas, esos primitivos y benditos deseos que impulsan a los seres humanos a practicar el sexo, por el placer que en ello encuentran y por la ancestral obligación de procrear y perpetuarse.

Hecha esta introducción me permito filosofar un poco para que le sirva de adorno a lo que quiero contaros ahora. La memoria es un pozo profundo al que van a parar todas nuestras vivencias. Estas vivencias pueden permanecer durante años en el fondo de ese pozo sin subir a la superficie porque nada las ha agitado para propiciar ese efecto emergente.

Hoy, viendo en un periódico una fotografía de Copenhague, ciudad donde el genial Hans Christian Andersen escribió la mayoría de los cuentos que han llenado de ilusión y fantasías a tantos niños del mundo entero, me subió a la superficie un recuerdo de esos que ya creía perdidos.

Cierta mañana de un día laboral en que después de una noche en que mi hermosa danesa y yo lo último que hicimos fue lo que recomiendan para llevar una vida sana están hechas las noches: para dormir, decidimos faltar al trabajo (ella se ganaba el sustento en una oficina y yo pintando paredes) y darnos un paseo por Nyhavn un lugar encantador con sus pintorescas casas antiguas y viejos veleros, como si ella y yo fuéramos dos turistas ociosos.

Justo acabábamos de llegar a este enclave tan conocido por propios y extraños, cuando la chica de los cabellos rojos y cuerpo voluptuoso me dijo:

-Voy a presentarte a mi abuelo. Tiene más de setenta años y todavía dirige un pequeño bar que instaló aquí cuando era joven. Te encantará hablar con él. A él le gustan mucho España y los españoles, porque tus gentes fueron en el pasado, junto a los pueblos vikingos, los mejores navegantes que ha dado la historia del mundo.

-Será para mí un placer conocerlo -dije cogiéndola de la cintura y arrimándola a mí para que se enterara de que yo fuera de la cama también sabía ser cariñoso con ella.

El bar de su abuelo estaba decorado con numerosos objetos relacionados con los barcos. Remos, timones, un traje y escafandra de buzo y una bitácora entre otras muchas cosas. Dentro del establecimiento había media docena de turistas con cara de personas que se creen en la obligación de mostrarse felices y no saben conseguirlo.

El abuelo de mi chica salió de detrás de la barra donde estaba en compañía de un camarero joven. Parecía talmente un personaje sacado de una película de principios del siglo XX. Cabeza cubierta por una gorra marinera negra, blanco bigote cosaco, ojillos vivaces rodeados de una red de arruguitas, un cuerpo un tanto torpe de remos y el tronco algo vencido hacia adelante. En cuanto puso la mirada en su nieta descubrió, en una demostración de genuina alegría la totalidad de su perfecta prótesis dental. Abuelo y nieta se dieron un fuerte abrazo y ella me presentó al anciano con unas palabras que sonaron modernas y no demasiado comprometedoras:

-Este es mi chico. Es español.

El abuelo construyó otra sonrisa para mí, algo menos espontanea, y dijo:

-Grandes marinos los españoles, lo mismo que nosotros los escandinavos.

Y tomó asiento con nosotros en una mesa. Después de preguntarle a su nieta por sus padres y averiguar que se hallaban bien, volcó su interés en mí. Había estado una vez en España, de muy joven. Permaneció una semana en Lloret de Mar. Increíblemente barato el alcohol. Se había acostado borracho todas las noches y comenzado a emborracharse de nuevo nada más abrir sus ojos por la mañana. Había visto una corrida de toros y no le había gustado. Encontraba cruel que hicieran sufrir a los animales.

-Aunque esté mal que lo diga yo, los daneses tenemos muy buen corazón.

-Cuéntale a mi chico lo que hicisteis cuando Hitler invadió nuestro país, abuelo.

Al anciano se le iluminó la vista como si acabara de instalarse dentro de ella un par de bombillas nuevas.

-¡Ah, fue un hecho heroico, admirable, que mucha gente desconoce!  Verá, joven, Hitler queriendo aislar y degradar a los judíos, aquí en Dinamarca, tal y como había hecho en todas partes, ordenó a los judíos a que utilizaran un brazalete con la Estrella de David. Asustados por las barbaridades que ese loco asesino había cometido, los judíos se pusieron enseguida esos brazaletes. Pero nosotros, la nación danesa entera compadecida de ellos hicimos fracasar los planes de los alemanes, pues a las pocas horas todos los ciudadanos daneses de todas las religiones si exclusión nos colocamos brazaletes con la Estrella de David, y el rey que teníamos entonces Cristian X, no menos valiente que sus demás súbditos, también se lo puso y declaró: <<Yo soy el primer judío de mi país>>.

El abuelo de la pelirroja, que por cierto se llamaba Cristian también, nos invitó a café. Queriendo corresponder de alguna manera a su amabilidad, le regalé un llavero de plástico que llevaba un diminuto mapa de España.

Él se quedó con este llavero y yo con su historia que demuestra que cuando todo un pueblo se une, no hay Hitler que pueda torcerle la compasión y la valentía.