LAS DOS RAMAS QUE DIVIDEN A LA HUMANIDAD (OPINIÓN)

 

 

 

 

 

 

 

Posiblemente desde el momento mismo en que los humanos formaron los primeros grupos tribales, éstos se dividieron en dos ramas: la rama de los que mandaban, y la rama de los que obedecían, por convencimiento o a la fuerza.
Esto viene a cuento por la reciente visita de un primo mío al que llevaba varios años sin ver. Al inicio de nuestro encuentro, como es lo habitual entre personas educadas que valoran el parentesco, hablamos de hechos familiares actuales y, luego, yéndonos a lo lejos, desenterramos recuerdos de tiempos pasados en los que personas de nuestra sangre tuvieron algún tipo de protagonismo en nuestras vidas. Liquidado este tema obligado y muy placentero en algunos momentos, como la maldita política ha conseguido penetrar en nuestros hogares, en nuestras vidas y en nuestras pasiones, él quiso saber si yo era de derechas, de izquierdas, de centro, anarquista o independentista.
Debido a que experimento un gran rechazo sobre este tema, encogí los hombros y no me pronuncié en ningún sentido. Pude apreciar enseguida muecas de desaprobación por su parte, y pasó él a hablarme, con un entusiasmo exacerbado, del partido en el que militaba y la inquebrantable fe que tenía depositada en el mismo. Ellos cambiarían nuestro país desde los mimos cimientos y acabarían con la corrupción y las abismales diferencias sociales existentes. Ellos conseguirían lo que ningún otro partido había logrado antes: que la justicia funcionase con ecuanimidad sin decantarse por influencias decisivas; los ricos dejarían de ser ricos y los pobres de ser pobres. La riqueza se repartiría y llegaría para todos y no como ahora, que la acaparan unos pocos. Y al final de su acalorado proselitismo y ensalzamiento, me dijo convencido de que yo debía afiliarme a su partido:
—Conseguir un mundo mejor para nosotros y nuestros hijos solo podremos conseguirlo militando y ayudando con todas nuestras fuerzas a este progresistas y justiciero partido nuestro.
Por todo lo que tengo aprendido a lo largo de una vida muy dura. Una vida con muchas privaciones desde mi más tierna infancia y con el continuo sufrimiento de mis seres muy queridos, por mala salud y por enfermedades de larga y penosa duración y que me ha convertido en una persona desconfiada y escéptica.
—Mira, yo soy apolítico —le dije, paciente y sereno—. No veo a ningún político que se parezca al bondadoso Jesús del que nos hablaron en nuestra infancia y en el que creímos hasta que quienes se arrogaban ser sus herederos demostraron que ni creían en Él ni seguían su prodigioso ejemplo. Y porque no veo a ningún político parecido a ese bondadoso, generoso y milagrero Jesús, no creo en ellos. ¿Te acuerdas del abuelo Silvino?
—Yo lo traté poco.
—Yo, afortunadamente le traté mucho porque cuando llegó a viejo, de todos sus hijos e hijas, quien le dio un hogar hasta el fin de sus días fue mi madre. Pues bien, el abuelo Silvino, que sin haber apenas ido a la escuela por haberse visto obligado a trabajar desde muy niño, era un sabio porque había estudiado en la mejor de las escuelas: la vida. El abuelo Silvino solía decirme: “Nene, yo nunca les tendré afecto alguno a quienes nos mandan por una gran razón que es la siguiente: “Nosotros, los obreros, vivimos del sudor de nuestra frente. Ellos, los que nos mandan, no viven de su sudor, sino que viven del sudor nuestro”.
Mi primo se marchó enemistado conmigo. A mi primo no lo adornaban las virtudes de la sensatez, la tolerancia y la bondad. Él pertenece a ese terrible grupo de los que consideran, que si no estás con ellos estás en su contra, por lo tanto eres su enemigo. ¡Una actitud injusta, radical y lamentable!