¿HAY QUE PEDIR DISCULPAS POR CREER EN DIOS? (REFLEXIÓN)
Vivimos tiempos en los que, por encima de cosas infinitamente más importantes, impera la moda. La perversa, superficial y contagiosa moda. La moda ordena llevar pantalones rotos, pues todos a romperlos o comprarlos ya rotos. La moda dispone que mola ponerse el bañador del revés, pues todos los seguidores de la moda se ponen el bañador del revés. Que la moda impone no creer en la religión que siguieron y respetaron nuestros antepasados, pues a convertirse todos en laicos o ateos que es todavía peor. La moda impone no amar, agradecer ni sentir lástima, pues a robotizarse todos.
Los medios de comunicación y la tecnología imperan, dirigen, sentencian y, como ni los robots ni las noticias exponen sentimientos porque quienes las difunden ponen el mismo tono de voz y la misma falta de emoción para un enfrentamiento bélico con numerosos muertos, que para el terremoto con miles de sepultados debajo de los escombros, que para la huelga de los grafiteros, pues para multitud de gente no ha ocurrido nada importante, solo la exposición de unas cifras.
Pues bien, yo doy gracias a Dios por haber nacido en un lugar pequeño donde todos nos conocíamos y compartíamos las alegrías y las penas. Donde se respetaba a los ancianos y se mimaba y educaba a los niños en los valores recibidos de nuestros honorables mayores.
Yo doy gracias a Dios por ser capaz de acordarme de mis seres queridos fallecidos y encogérseme de dolor el corazón, llenárseme de lágrimas los ojos y echarles tanto de menos que colmarían mis más entrañables deseos poder continuar teniéndoles a mi lado.
Yo doy gracias a Dios por haber nacido en una época en la que me enseñaron, de muy niño, que todos los seres humanos éramos hermanos dignos de respetarse, compadecerse, ayudarse y amarse. Yo doy gracias a Dios por haber nacido en una época en la que se respetaba a los mayores, a la patria y a los símbolos que nos representaban a todos los que habíamos nacido donde nacieron nuestros ancestros y nos enorgullecíamos de ello.
Las iglesias y los curas han cometido atrocidades sin fin, y hay que estar ciegos para no reconocerlo así, pero ésos que las han cometido eran hombres impuros, despreciables y malvados, no sus apóstoles.
A mí, Dios, nunca me hizo ningún daño, y creer en Él jamás me perjudicó en nada. Todo lo contrario, me ayudó en esos momentos de absoluta desesperación. En esos momentos en que ninguna ayuda humana encuentras. Porque Dios, cuando lo tenemos todo perdido, es la única esperanza que nos queda.
Por todo lo expuesto hasta aquí, yo no pido disculpas por creer en Dios.
Uno de los sucesos que me marcaron en la infancia fue un incendio cuyas llamas se acercaban a nuestra casita en el campo. Aterrados, mi abuela y yo rezamos a Dios para que nos ayudase. Posiblemente solo se tratase de una casualidad, dirán muchos, pero de repente comenzó a diluviar. Y nosotros dos y nuestro humilde hogar se salvaron de las llamas.
Por lo tanto, todos esos multitudinarios seres humanos sucios que ensucian su nombre no conseguirán que yo les imite, y me disculpe por creer en Dios y amarlo.
(Copyright Andrés Fornells)