GRANDES TEMPLOS Y GENTES ADMIRABLES (MIS VIAJES ALREDEDOR DEL MUNDO)

GRANDES TEMPLOS Y GENTES ADMIRABLES (MIS VIAJES ALREDEDOR DEL MUNDO)

En mis viajes por lejanos países he experimentado el inmenso placer de contemplar extraordinarias, colosales obras arquitectónicas, la mayoría de ellas magníficos templos dedicados a grandes dioses representantes supremos de multitudinarias religiones que prometen algún tipo de cielo, donde los buenos son recompensados, y algún tipo de infierno donde se castiga a los malos.

Pero más que todo lo anterior, que ciertamente impresiona, asombra y maravilla, lo que más hondo me ha calado ha sido conocer a gente humilde que me ha invitado a compartir su pobre mesa, me ha ofrecido su desinteresada amistad y demostrado que por encima de religiones, razas y culturas los sentimientos humanos siguen siendo lo más importante y valioso que podemos encontrar a lo largo y ancho de nuestro mundo.

Por eso mantengo en la memoria algo borrosas todas esas bellísimas y colosales construcciones y guardo nítidas las humildes personas que me ofrecieron un vaso de agua cuando tenía sed, una pieza de fruta cuando tenía hambre y contado historias que ellos han pasado durante siglos de una generación a la otra.

Dejó aquí escrita una de tantas historias que debo a un anciano entrañable cuyo nombre es Arjun:

Una joven llamada Kaira, por imposición de sus padres se había casado con un joven llamado Hardik. Una de las mayores desavenencias existentes en este matrimonio se debía a que Kaira amaba a los animales, mientras que Hardik era un experto cazador y mataba a todos aquellos que se le ponían a tiro.

Ellos dos vivían en un pueblecito cercano al Himalaya. Es bien conocido que los osos que viven alrededor de esa altísima montaña son los más fieros de la India.

Una tarde, Kaira se hallaba regando las macetas que tenía en su pequeño patio cuando descubrió la presencia de un oso. Lo tenía tan cerca que el miedo la paralizó. Los ojos del animal encontraron los ojos suyos y entonces ella empezó a calmarse. Los ojos del oso le mostraban admiración, no agresividad. Y tuvo un pensamiento que la desconcertó: <<Me está mirando con dulzura. Me está mirando como me miraría una persona a la que yo le inspirase buenos sentimientos>>.

Impulsada por esta sensación entró en la casa, cogió una de las ricas galletas que ella elaboraba y, con mano trémula se la ofreció a la fiera, experimentando el temor de que su zarpa pudiera herirla. No fue así, el oso cogió la galleta con delicadeza, empezó a comerla mostrando que le gustaba muchísimo.

—Te ha gustado mi galleta, ¿eh? Pues cada día que vengas a verme te daré una --encantada ella.

El oso parecía haber entendido estas palabras suyas, pues a partir de ese día todas las tardes, a la misma hora él acudía al patio de Kaira, ella le daba una galleta y le hablaba, amistosamente. Y el animal demostraba que le gustaba tanto el pequeño dulce como la voz de ella, aconsejándole en cada encuentro que tenían:

—Debes huir de mi marido siempre, en cuanto lo veas. Mi marido, si te ve, te matará. Mi marido es un bruto que goza matando animales. Sería capaz hasta de matarme a mí si yo alguna vez me atreviese a enfrentarme a él.

Una tarde, inesperadamente, apareció el esposo de Kaira, vio al oso y dispuesto a matarlo entró inmediatamente en la vivienda con la intención de coger su escopeta. Kaira, sabedora de que su marido acabaría con la vida del pacífico animal, le gritó que huyera. El oso entendió estas palabras suyas y escapó todo lo rápido que pudo.

Hardik salió con el arma en sus manos y corrió detrás del animal. Recorridos algunos metros, considerando que lo tenía a tiro, el cazador se detuvo, apuntó y disparó alcanzándolo.

El oso cayó al suelo y entonces el cazador lo remató. Su mujer llegó en aquel momento y arrodillándose al lado del animal cuyos dulces ojos se estaban velando, le acarició la cabeza al tiempo que le dedicaba cariñosas y compasivas palabras.

 Su marido, furioso, la cogió brutalmente de un brazo, le gritó que se había vuelto loca, y le dio una bestial bofetada. Ella marchó hacia la casa llorando, y permaneció todo el tiempo allí sentada en una silla negándose a acostarse con él.

Cuando a la mañana siguiente Hardik despertó, se encontró con que su mujer lo había abandonado. Y por la tarde de ese mismo día, dos osos atacaron al cazador y le dieron muerte.

(Copyright Andrés Fornells)