GERMÁN ARPEGIO ESTABA ENAMORADO DE UN IMPOSIBLE (RELATO)
Germán Arpegio era un hombre muy raro y misterioso. Misterioso porque trabajaba de eficientísimo contable de una muy importante multinacional y nadie sabía nada de él aparte de su nombre y que vivía en un pequeño apartamento situado en la Avenida Principal de la ciudad. El motivo de que lo ignoraran todo sobre él, tanto sus jefes como sus compañeros de trabajo se debía a que Germán nunca contaba nada sobre él, y a las preguntas que con la intención de averiguar cosas suyas le hacían sus compañeros de trabajo el respondía:
—La curiosidad mató al gato.
El hecho de ser Germán joven, esbelto, elegante y bien parecido despertó el interés de algunas féminas que emplearon todas sus tretas milenariamente exitosas de coqueterías, encantos seductores y claros ofrecimientos sensuales, y solo recibieron por parte de él total indiferencia.
Alguien mal intencionado extendió la mentira de que a Germán le gustaban los hombres y, animados por esta falsedad algunos gais intentaron conquistarlo, y fracasaron tan rotundamente como las hembras.
Tenía a todos también muy intrigados la rareza de que cada tres días Germán compraba, en una floristería, una rosa roja de tallo largo y nadie sabía si la adquiría para regalarla a alguien, pues la dueña de la floristería, llevada de su curiosidad le había preguntado si era para entregarla a su enamorada y él, inalterable e invariable, le contestaba:
—La curiosidad mató al gato.
Su conducta y su extraña personalidad llegó hasta tal punto a intrigar a su compañeros de fatigas que decidieron pagar, entre todos ellos, los servicios de un detective para que durante una semana lo siguiera y averiguara todo lo que Germán hacía desde que abandonaba su trabajo a las ocho de la noche hasta la mañana siguiente a las nueve en que salía para ir al trabajo subido en el pequeño utilitario que poseía.
El detective contratado, un veterano y avezado investigador, transcurrida una semana entregó a sus contratantes el decepcionante informe de que Germán salía de la empresa donde prestaba muy eficientemente sus servicios, se detenía en una floristería, compraba una rosa roja de tallo largo, a continuación, se dirigía a su vivienda y no salía de ella hasta la mañana siguiente. Y sintiéndose muy decepcionado por el infructuoso resultado de su investigación, el detective había cometido una ilegalidad que, de ser descubierta, podía costarle perder para siempre su licencia de investigador privado. La ilegalidad consistió en, empleando unas ganzúas haber entrado en el apartamento de Germán. Lo encontró admirablemente limpio y ordenado. En el salón tenía un mobiliario normal, bonito y de estilo romano. No tenía ni radio ni televisión. En una estantería contaba con un excelente aparato de música y una veintena de libros cuya temática era el arte antiguo romano. Exclusivamente romano. En sus paredes ninguna decoración.
En cambio, dentro del dormitorio sí había media docena de fotografías de esculturas de Gian Lorenzo Bernini metidas en bellos marcos dorados. Y lo que más le había sorprendido fue la cama de matrimonio que allí había. Estaba esmeradamente bien hecha y sobre una de las almohadas se encontraba la rosa roja de tallo largo que acostumbraba comprar cada tres días. Él había olido esa almohada y también las sábanas y no encontrado ningún olor diferente al del moderno perfume masculino que Germán solía usar.
Y terminó su informe asegurando que también había investigado a los demás vecinos del inmueble y ninguno de ellos declaró haber tenido trato alguno con Germán Arpegio. Los que se habían tomado la molestia de saludarlo y hablarle habían obtenido por parte de él un escueto buenos días, o buenas noches, y ninguna palabra más.
Quieres habían contratado los servicios de la agencia El Ojo que lo Ve Todo, quedaron profundamente decepcionados.
En el mes de agosto, como tantos españoles, Germán tomó sus vacaciones y como todos los años viajó a Roma y se hospedó en la misma pensión de otras veces. Por la mañana, como solía hacer siempre durante esas visitas, se daba un paseo por los lugares más famosos de la Ciudad Eterna. El Vaticano, La Fontana de Trevi, El Castillo de Sant´Angelo y algunos lugares más.
Comía en una trattoria, una rica pasta carbnara, y acto seguido adquiría una rosa de tallo largo en la Villa Borghese y, a continuación, entraba en la Galería Borghese, iba directo a donde se encontraba la escultura del Hermafrodito Durmiente, una de las más famosas obras del escultor Gian Lorenzo Bernini, depositaba la flor junto al rostro de esta maravilla esculpida en mármol, y quedaba contemplándola, incansable, embelesado, hasta que cerraban la galería.
(Copyright Andrés Fornells)