ELLA AMABA MUCHÍSIMO A SU MADRE (MICRORRELATO)

ELLA AMABA MUCHÍSIMO A SU MADRE  (MICRORRELATO)

A Cefe Rincón le gustaba de Anita López, todo menos el extraordinario culto que ella le seguía demostrando a su madre muerta iba ya para seis años.
—¿Me vas a llevar al cementerio o he de coger un taxi? —le dijo ella, muy seria, cogiendo el bolso que siempre dejaba colgado del perchero antiguo que tenían junto a la puerta del salón.
—Podríamos dejarlo para otro día, Anita. Hoy es sábado y hace mal tiempo —recordó él retorciéndose nervioso las manos, intentando refrenar el enfado que le crecía como cizaña en campo abonado—. Tan mal tiempo que empezará a llover en cualquier momento.
—Por eso quiero ir al cementerio, porque es sábado. El resto de la semana no puedo porque trabajo durante todo el santo día —mirándole a la cara, desafiante.
—Es que te pasas, cariño. Podrías ir a visitar la tumba de tu madre una vez al mes. No creo que a ella eso le importase.
—¡Que sabes tú de esto! —le espetó su mujer al borde de la indignación—.Yo sé muy bien lo que le importa o no le importa a mi madre a la que ni siquiera has conocido. Bien, puesto que no me demuestras gana alguna de llevarme, voy a llamar un taxi —sacando ella el móvil del bolsillo de su chaqueta.
—No, no llames; te llevo yo —se rindió Cefe previendo las consecuencias tan negativas que tendría para él el enojo de ella.
Las próximas palabras de Anita se lo confirmaron:
—Porque a ti te viene de capricho, tenga yo ganas o no, tenemos que hacer el amor todos los días. Eso sí, no importa si es sábado o diluvia; pero yo no puedo visitar la tumba de mi santa madre una vez a la semana porque tú lo consideras un abuso, en cambio, lo de abusar tú todos los días de mi cuerpo, no te lo parece, ¿eh? ¡No te parece un abuso! Pues mira lo que te digo…

Cefe levantó las manos interrumpiéndola inmediatamente:
—No nos enfademos, ni nos disgustemos, cariño. Cojamos nuestros paraguas y vayamos al camposanto. Tu madre se merece nuestra visita semanal, si la menor duda. Era una santa y lamentaré toda mi vida no haber tenido la dicha de conocerla.

Supo mostrarse tan falsamente sincero, que Anita le acarició el rostro y se comprometió a lo siguiente:

—Cuando regresemos del cementerio haremos, en la cama, todas esas cosas que a ti te gustan incluso más que a mí.

Cogieron sus paraguas. Cuando llegaron al camposanto llovía a mares. Cefe no se quejó de ello. Pagó sin rechistar las flores que llevaron al nicho de la difunta.

De regreso al coche, soltaron los paraguas dentro del maletero y sentados en los asientos traseros del vehículo compartieron, empapados como estaban, un anticipo de lo que terminarían cuando llegaran a casa.

Y mientras se devoraban a besos, Anita recordó una de las sentencias favoritas de su madre:

—<<No existe criatura viviente más simple que un hombre. Le das lo que tan desesperadamente desea, necesita, te suplica, y lo tienes convertido en corderito manso, en esclavo servicial>>.

(Copyright Andrés Fornells)