EL UNGÜENTO DE LA ALEGRÍA (RELATO)
Un hombre de mi calle, llamado Felipe Blanco, había nacido investigador. Ya de muy niño experimentaba con diferentes productos que mezclándolos pretendía convertir en un híbrido que tuviese propiedades nuevas. Sus padres, ignorando que tenían a un genio en ciernes, le regañaban continuamente cuando mezclaba gel de baño con pasta de dientes, espuma de afeitar con perfume femenino, y detergente con gaseosa.
Lógicamente, cuando llegó a la edad universitaria, Felipe Blanco consideró que lo suyo era estudiar para ingeniero químico. Acertó de pleno en esta decisión suya. Sacó las mejores notas posibles gracias a los muchos y diversos experimentos que realizó en el laboratorio.
Uno de ellos, atendiendo a la petición de una novia muy coqueta que tuvo, fue crear un pintalabios a prueba de sesiones maratonianas de besos, felaciones y conciertos de flauta, trompeta y saxofón.
Terminada su carrera, Felipe Blanco se colocó en una importante empresa. Creo, a los pocos meses de trabajar allí, un ungüento que todo el mundo calificó de prodigioso. Este ungüento, aplicándolo en la frente, borraba la tristeza al individuo que la padecía y esa tristeza se le transformaba en alegría.
En cuestión de unos pocos años la humanidad entera estuvo compuesta de individuos que no importaba la desgracia tan grande que les aquejase, ellos podían sonreír y reírse alegremente. La gran mayoría de empresas farmacéuticas que vendían productos para rebajar la depresión y otros trastornos mentales quebraron todas.
Una noche un autobús cuyo conductor se distrajo (según él justificó) ahuyentando a una mosca. El resultado fue que atropelló y dio muerte a este favorecedor de la humanidad.
Fueron muchos los que consideraron que lo ocurrido a Felipe Blanco no había sido muerte por accidente, sino un bien ejecutado asesinato.
Fortaleció esta teoría la desaparición de la fórmula que componía el producto borrador de la tristeza, y buena parte de la humanidad volvió a ser como había sido siempre: tristona y depresiva.
Y como es habitual en este tipo de luctuosos sucesos, hubo defensores y detractores sobre este asunto; pero lo cierto fue que algunas industrias farmacéuticas volvieron a prosperar escandalosamente y el número de suicidios alcanzó cotas altísimas, lo cual sirvió para que prosperasen también las empresas de pompas fúnebres. <<Lo que no mata engorda>>, decía un envenenador cada vez que le salía mal un veneno. Y un filósofo que, además era psicólogo, acuñó la siguiente frase:
—Quien quiere favorecer a una humanidad que no quiere ser favorecida, pierde su tiempo y puede que, si perjudica a enemigos económicamente poderosos y desprovistos de escrúpulos, pierda también su vida.
MORALEJA: Si quieres llegar a longevo procura no perjudicar a la industria, porque la industria no perdona a quienes la perjudican, aunque el perjuicio se cause intentando favorecerla.