EL SAPO HORRIBLE DORMIDO (UN CUENTO IRRITANTE)

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UN CUENTO IRRITANTE:
EL SAPO HORRIBLE DORMIDO
Hubo una vez un sapo más feo que un ejército de demonios sin maquillar, al que un maleficio dejó dormido. Según este maleficio la única forma de que este sapo pudiese despertar a la vida sería que una princesa lo besara en la boca y le dijera que se había enamorado perdidamente de él. Tan difícil desencantamiento motivó que pasase un tiempo (invento cruel que como todos sabemos nunca se detiene por nada ni por nadie), y  ni princesa, ni siquiera campesina vieja quiso juntar sus labios con la bocaza de un sapo que repugnaba el verlo.
Y el pobre Sapo Horrible Dormido, como lo llamaban todos aquellos que conocían su existencia, siguió dormido, y esperando que esperarás. Y como su sortilegio era de la misma índole que el sortilegio que sufrió la Bella Durmiente, transcurrieron para él cien interminables años dormido.
En un reino cercano al bosque donde reposaba el Sapo Horrible Dormido se alzaba, imponente, un magnífico palacio habitado por un rey tan insignificante, en todos los sentidos, que no voy a tomarme siquiera la molestia de mencionar su nombre. Este soberano mindundi tenía una hija, la princesa Luna Soleada, que del primero al último habitante del reino de su padre tenía por extremadamente caprichosa y rara.
El monarca, hombre carente de toda originalidad, pretendió casarla y que ella y su marido le diesen nietos cariñosos y reidores. Poseedor de una cuantiosa fortuna, prometió una extraordinaria dote al príncipe que esposara a su hija.
A pesar de la fama de rara que ella tenía, debido especialmente a la afición suya a comer todo tipo de bichos, especialmente los que provistos de alas la molestaban continuamente, considerando la abultada dote que su progenitor concedería a los esposos, motivó que a la princesa Luna Soleada le salieran pretendientes a porrillo, más pretendientes que pulgas encuentran vivienda en un perro sarnoso. Pero para enorme disgusto de su padre, Luna Soleada fue rechazando a todos los aspirantes a su peluda mano. Su padre, exasperado, le pedía explicaciones:
—Pero, hija, ¿por qué tampoco quieres al príncipe Valiente que es casi tan rico como yo y además asombrosamente hermoso y un héroe que ha realizado las mayores hazañas que conoce el mundo mundial?
—No lo sé, padre —sincera ella—. Yo quiero enamorarme del pretendiente que aspira a esposarme, y, hasta ahora ninguno he conocido que haya despertado en mí ese libidinoso sentimiento con el que sueño desde el momento en que se incendió la femenidad. Y te lo advierto otra vez más, padre; nunca conseguirás de mí que haga algo en contra de mi voluntad. Y ya puedes decirme tozuda hasta perder el habla, que yo no cambiaré de parecer. Y podrás acusarme de rebelde tanto como quieras, que a mí, con todo el respeto que te debo, por un oído me entrará y por el otro me saldrá.
A la princesa Luna Soleada le gustaba mucho salir de noche y cazar algo que a la mayoría de los súbditos de su padre les parecía una solemne tontería. Cazaba luciérnagas con la ayuda de una tupida red que tenía forma de cucurucho amarrado a un palo de madera. Estas luciérnagas las conservaba metidas dentro de una bola de cristal y se alumbraba con ellas cuando de noche leía en la cama sus dos libros favoritos: Don Quijote de la Mancha y El Principito.
Una de las noches en que con ayuda de su pequeña red llevaba recogidas trece luciérnagas (el número de su buena suerte), la antojadiza princesa descubrió en un claro del bosque, iluminado por un rayo de compasiva luna la cara del Sapo Horrible Dormido.
—¿Qué hace este bicho aquí en mitad del bosque? —curiosa, le preguntó al capitán de caballería que la acompañaba y velaba por su seguridad.
El militar que lucía unos bigotes, en forma y el tamaño parecidos a los cuernos de un búfalo adulto, contó a la curiosa princesa la historia de aquel feo ser dormido. 
—¿Y no hay forma de despertarle? —apenada ella pues, aunque era muy rebelde y estrambótica tenía un corazón “top” de bueno.
El capitán respondió que solo podría despertarlo un beso en la boca y unas palabras de amor. 
—¿Y con un beso y esas palabras que has dicho, podría él despertar? —buscó reafirmación totalmente sorprendida.
—Así nos lo contaron nuestros antepasados.
La princesa, que entre sus defectillos sumaba el de impulsiva, se acercó al batracio dormido, se inclinó sobre él, le dio un beso en su bocaza y le dijo: 
—Yo te quiero precisamente por lo feo que eres. Tu fealdad me despierta una enorme ternura.
Su beso resultó milagroso. La existencia de los besos milagrosos la conocemos de sobra todos los que besamos extraordinariamente bien.
El Sapo Horrible Dormido despertó inmediatamente, y lo hizo mirando embelesado a la princesa Luna Soleada que exclamó conmovida y admirada: .  
—¡Ay, me encanta lo feísimo que eres! 
—También a mí me encanta lo feísima que eres tú –dirigiendole él, asimismo, una mirada de arrobo.  
—¿Te quieres casarte conmigo? —ofreció ella, con el ímpetu que la caracterizaba.
—Quiero. Quiero casarme contigo y vivir junto a ti los cien años de vida que me quedan —respondió él con inquebrantable decisión.
—Estupendo—ilusionadísima la princesa Luna Soleada—, y que empiecen ya desde ahora mismo a trabajar extremadamente duro nuestros vasallos porque tendrán que mantener a los numerosísimos hijos que traeremos al mundo debido al bestial amor que ambos compartimos. 
Y aquellos dos principes se amaron con tanta desbordante pasión, que sus subditos tuvieron que trabajar noche y día para mantner  una prole   que aumentaba en número todos los años, con frecuentes gemelos. 

MORALEJA:
Seguro que esta historia no les gustará nada a las bellas y bellos, y todavía les gustará menos a los partidarios de las jornadas de treinta y cinco horas de trabajo semanal, en vez de las ochenta que tenían que laborar los súbditos  de Luna Soleada y el Sapo Horrible que ella  había despertado. 

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