EL POETA DE LAS FLORES (MICRORRELATO)

luces-de-la-ciudad-city-lights-5
Anastasio López descubrió en su más tierna infancia que no le gustaba trabajar. Se negaba a realizar las labores que le ordenaban sus padres y, más tarde, cuando lo enviaron a la escuela, se negó a realizar las tareas que le ordenaban sus maestros.
Cuando finalmente se vio en la calle sin oficio ni beneficio, para no morirse de hambre se las ingenió para subsistir regalando florecillas silvestres a las mujeres que encontraba en la estación de autobuses, diciéndoles:
—Ayúdame para que no me marchite y muera yo mañana como le ocurrirá a esta pobre e inocente florecilla.
Ponían tan conmovedora expresión su cara y sus ojos pedigüeños, que todos los días sacaba para subsistir.
A los hombres raramente les pedía nada ni regalaba florecillas porque le insultaba o aconsejaban, de mala manera, lo que él nunca había querido, ni quería hacer: trabajar. Los bocadillos que le sobraban (cuando tal cosa le sucedía), Anastasio López se los regalaba a los indigentes que, por no ser poetas como él, sobrevivían hurgaban dentro de los contenedores de basura.
Anastasio López no entendía que algunas personas le demostrasen rechazo e incluso odio, porque él había escogido ser diferente a la gran masa laboral.
—Me aborrecen, y yo no hago mal a nadie. Si supieran cuanto me duele su aborrecimiento, no me lo tendrían.
A Anastasio López nunca le faltaba alguna palabra compasiva femenina. Pocas son las mujeres que desconocen la compasión y carecen del instinto maternal.