EL NIÑO DEL COLUMPIO (RELATO)
Vivían en una modesta casita adosada. El niño, siempre que sus padres tenían una de sus frecuentes, airadas discusiones, salía al jardincito y se columpiaba en el columpio que le había montado su padre. Y allí, balanceándose con todas sus fuerzas, bajando o levantando la cabeza, ya fuera él elevando el artilugio hacia adelante o llevándolo hacia atrás, calmaba el miedo y el pesar que sus progenitores le causaban con su frecuentemente violenta conducta.
Una mañana la trifulca entre ambos fue tan extremadamente virulenta que, aterrado, el niño huyó hasta su columpio donde sentándose se tapó los oídos para no seguir escuchando las terribles palabras que sus padres cambiaban.
De vez en cuando apartaba las manos de sus oídos para comprobar si seguían peleándose. Y cuando por fin guardaron silencio comenzó a columpiarse, a ver el suelo cuando se impulsaba hacia atrás y el cielo cuando se impulsaba hacia adelante. Vio pasar un avión y eso lo distrajo por unos instantes. Nunca había viajado en uno y creía que le haría ilusión hacerlo.
El sol, buscando su ocaso había llegado a la altura de los edificios más elevados y sus cegadores rayos le daban de lleno en la cara. Cerró los ojos. Estaban a finales del invierno y el calorcito que aquellos procuraban a su cuerpo lo encontraba agradable. Y pensó en lo hermosa que sería su vida si hubiese paz entre sus padres y el mismo amor entre ellos, que le prodigaban a él.
De pronto escuchó un ruido de pasos. Abrió los ojos y vio a su padre cargado con dos maletas. Corrió junto a él cuando justo acababa de abrir el maletero de su coche y cogiéndole fuertemente del brazo le suplicó entre sollozos:
—Por favor, papá, no te vayas. Todos los niños que conozco, que se han quedado sin su papá son infinitamente desdichados. Y yo no quiero ser desdichado. Pídeme lo que quieras que yo haga y lo haré con tal de que no te vayas. Te quiero tanto que moriré de tristeza si no te tengo cerca de mí.
Su padre suspiró. Sintió una dolorosa punzada en el corazón viendo tan desdichado a su hijo. Se cubrió de pesar y pesimismo su cansado rostro. Pensó que no iba a funcionar, pero por su hijo decidió que lo volvería a intentar una vez más. El amor tan grande que le tenía al pequeño no le quedabas más remedio que compaginarlo con el sufrimiento y el sacrificio.
Cerró el maletero del coche sin meter las maletas dentro. Su hijo se apresuró a ayudarle a llevarlas de vuelta a la casa. Al verlo entrar la mujer no dijo nada, corrió a encerrarse en el dormitorio. Iba sollozando.
(Copyright Andrés Fornells