DIEGO EGARA, DETECTIVE (PÁGINAS 17 Y 18 FIN PRIMER CAPÍTULO) ACTUALIDAD
todo el perezoso peso de su exuberante cuerpo. Estaba realizando conmigo un juego erótico, excitante, que la divertía.
—¿Tienes alguna cama en tu apartamento, mi Conde?
—Tengo una cama lo bastante grande para que quepamos de sobra los dos sin caernos.
Una vez dentro de mi dormitorio, orgullosa de su extraordinaria belleza, Pasión me pidió mantener todas las luces encendidas, las de la lámpara del techo y de las mesitas de noche.
—Adán y Eva nunca hacían el amor en la oscuridad. Le tenían miedito —enigmática.
Al dejar caer su bolso junto a la mesita de noche aprecié hacía un ruido sordo. No le presté en aquel momento la menor atención. Nos estábamos quitando la ropa con esa ardorosa urgencia que estimula el deseo desbocado. Su cuerpo desnudo poseía la figura de mujer que consideraron perfecta los grandes, geniales, prodigiosos escultores de la antigüedad.
Y una vez libres de toda envoltura civilizada y tras ponerme protección, compartimos una serie de batallas amorosas con victorias y desfallecimientos de placer supremo, permutando posiciones, unas veces situado uno encima y, otras, situado debajo, que nos agotaron las enormes existencias sexuales con que ambos contábamos. Hablamos poco, porque cuando son los sentimientos y los sentidos los que gobiernan, las palabras se vuelven innecesarias, incluso inútiles.
Fue tanto nuestro esfuerzo que acabamos rendidos y a ambos nos venció el sueño.
Desperté a media mañana. Pasión no estaba más a mi lado. Salté de la cama y recorrí mi apartamento. Aturdido todavía, imaginé por un momento la posibilidad de que ella hubiese sido un sueño. Cogí la almohada. Estaba impregnada de su perfume y las arrugadas ropas de la cama mostraban evidentes huellas del festín carnal que nos habíamos dado.
Pasión había sido una realidad, una maravillosa realidad. Mi enamoradizo corazón me dio un pinchazo. También él estaba convencido de que no volvería a verla nunca más. Que así lo había dispuesto ella. Yo no conocía su nombre ni su nacionalidad ni a qué se dedicaba. Lo que sí conocía como cierto era que jamás la olvidaría. Al igual que me ocurría y me ocurriría con otras mujeres que habían dejado y dejarían indeleble huella en mí.
Minutos más tarde reparé en una cosa que tardé poco tiempo en encontrarle una posible explicación: Ella había estado registrando cajones míos, aunque nada valioso se llevó de ellos, aparte quizás de información sobre mi persona.
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