COMO SE ME OCURRIÓ ESCRIBIR LA NOVELA: “RIQUEZA, AMOR Y MUERTE”
Hace algunos años, yo asistía tres veces por semana a una escuela de karate. Era un lugar donde nos juntábamos personas de diferentes capas sociales. Yo trabajaba por aquel entonces como meritorio en una agencia de investigación privada. Era muy joven, el último que había entrado allí, y me asignaban las peores tareas: seguimientos agotadores y esperas de sospechosos igual de agotadoras y aburridas. Pero era paciente y constante y esperaba ir subiendo escalones gracias a mi capacidad de trabajo, de sacrificio y de observación.
En la escuela de karate se subía de cinturón por las cualidades de los alumnos y no por el periodo de tiempo de asistencia a la academia. Los poseedores de una buena preparación física, coraje y astucia, los conseguían más rápidamente. Cuando llegué a cinturón naranja, por mis progresos y fuerza física, nuestros maestros me permitían enfrentarme, en el tatami, con karatecas que tenían ya cinturón marrón y negro.
Entre quienes lucían cinturón negro había uno llamado Goyo que me caía bastante mal. Era la clase de tipo que todos los padres imagino quieren tener por hijo. Era alto, bien musculado y hermoso de cara. Su cabello era abundante y de color dorado. Sus ojos eran verdes y luminosos. Yo no lo tragaba precisamente por sus ojos. Eran unos ojos que mostraban altanería y desdén al mirarte. Altanería por lo muchísimo conque lo había favorecido la naturaleza y por su adinerada familia, desdén porque creía que todos éramos muy inferiores a él. El padre de Goyo era dueño de una cadena de joyerías y él regentaba la mayor y más importante de ellas.
La antipatía que nos teníamos nació el primer día en que él y yo nos miramos a los ojos. Los míos le dijeron muy claramente que no lo admiraba, sino que lo consideraba un gusano merecedor de que alguien le diese una buena lección que le bajase los humos, lo sacase de su atalaya de la superioridad y lo colocase en el terreno llano de la humildad.
Cada vez que a Goyo y a mí nos indicaban nuestros senséis saliésemos al tatami a luchar, yo se lo ponía muy difícil, pero raramente conseguía vencerlo. Y en ocasiones en que estaba a punto de conseguirlo, él utilizaba alguna marrullería que nuestros maestros, benévolos con él, le pasaban por alto.
A Goyo, de vez en cuando venía a buscarlo su novia. Ella solía esperarlo en el parquin cercano a nuestra escuela, sentada en el asiento del copiloto de un reluciente Porsche rojo. Ella poseía una hermosura extraordinaria y, además, una elegancia y feminidad que encandilaban. Cuando Goyo llegaba junto al coche, realizaba un ágil salto, ocupaba el asiento del volante y le daba a ella un beso de medio segundo, cuando, por lo bellísima que ella era, yo le habría dado un beso de eterna duración.
Desde la primera mirada que posé en ella tuve claro que, cuando yo fuese escritor, ella sería la principal protagonista de una de mis novelas. Ella es Geraldine, en “Riqueza, amor y muerte”.
Teníamos en el gimnasio un senséi joven llamado Kenzo, al que todos admirábamos por su sabiduría, paciencia, modestia y fuerza. Kenzo había alcanzado la admirable categoría de quinto Dan. Era hijo de un japonés y de una polaca. En su cara, de facciones agradables, la influencia paterna se le notaba principalmente en sus ojos rasgados.
Cuando la gente dice que Dios se lleva siempre a los mejores, es cierto. Kenzo conduciendo a demasiada velocidad su Mercedes deportivo por una carretera con muchas curvas, se salió por una de ellas y murió en el acto. Él fue Kenzo, el otro principal protagonista de mi novela “Riqueza amor y muerte”.
Y en cierta ocasión fui invitado a una boda muy ostentosa. El contrayente era miembro de una mafia rusa, al que yo había conocido una temporada que ejercí de Caddy. Se llamaba Ígor. Nos llevábamos muy bien. Nos gastábamos pequeñas bromas y contábamos chistes. Un día de un mes de mayo, Igor tuvo la amabilidad de invitarme a su boda, que celebró en uno de los mejores restaurantes de la ciudad.
Nunca había yo visto antes mujeres tan cargadas de joyas valiosas como en este evento, ni rostros de hombres más impresionantes. Daba repelús toparte con sus ojos fríos, con un brillo de muerte en su fondo que te arrugaba el corazón. Y ya tuve a la mafia rusa de mi novela “Riqueza, amor y muerte”.
Y finalmente tres ciudades admirables: Moscú, Viena y París. ¡Ah, París! La más bella y romántica de todas las ciudades de este mundo (en donde yo conocí a la primera mujer que quiso practicar conmigo el verbo amar), y ya tuve la ciudad donde transcurre la mayor parte de la historia que cuento en “Riqueza, amor y muerte”.
Infinitas gracias por vuestra amable atención. Si ha despertado vuestro interés esta explicación mía sobre los principales protagonistas, tal vez os guste leer este libro, RIQUEZA, AMOR Y MUERTE. Lo encontraréis a un precio muy asequible en AMAZON https://amazon.es/dp/B0B2WNCRP3