COMO SE ME OCURRIÓ ECRIBIR “MADRE LEÍA NOVELITAS DE AMOR”

COMO SE ME OCURRIÓ ECRIBIR “MADRE LEÍA NOVELITAS DE AMOR”

Cierta mañana inicié un viaje en tren que duraría varias horas. Había conseguido el asiento situado junto a la ventanilla. Alimento, de siempre, la convicción de que pudiendo ver los lugares por los que vamos pasando, el tiempo de forzada inactividad física se me hace menos largo y pesado.

Cuando ocupé mi asiento tenía delante de mí a una mujer con un niño de corta edad quienes, por cierto parecido facial y por cómo se miraban y conducían ellos dos entendí que eran madre e hijo.

Respondieron a mis buenos días, sin apenas mirarme, más interesados en lo que estaban leyendo, que en mi persona.

Soy bastante buen observador y toda mi vida me han despertado genuino interés las personas y, observándolas, he tratado de adivinar o suponer cosas sobre ellas. Cuando no distraía mi vista con el paisaje que circulaba a gran velocidad por la ventanilla, posaba la mirada, disimuladamente, sobre ellos dos.

La mujer podría tener unos treinta años y el niño unos ocho. Vestían ropas limpias y sencillas. Su aspecto era pueblerino. Ya he mencionado que ambos estaban leyendo. La mujer leía una novelita de amor, lectura a la que han sido siempre muy aficionadas las mujeres que gustan de historias románticas creadas por escritores dedicados a este género literario. El niño tenía puesto todo su interés en un cómic de Batman.

De vez en cuando realizaba una mueca y un nervioso movimiento de piernas, delatores de que estaba inmerso en un episodio emocionante. Su madre por el contrario mantenía todo el tiempo una expresión como de ensueño, y ambos se notaba estaban disfrutando con la lectura.

En cierto momento, la mujer dijo algo al oído del pequeño, se levantó, dejó la novelita abierta encima del asiento y caminó hacía el final de aquel vagón. El niño llegó al final de su comic, lo dobló con cuidado y su mirada y la mía se encontraron. Queriendo congraciarme con él le dirigí la palabra:

—¿Te gusta Batman? —le pregunté sonriéndole.

—Mucho.

—Cuando yo tenía tu edad leía a Superman.

—Yo también he leído algunos comics de Superman. Me gustan. Pero me gustan menos que los de Batman. Batman es como más guay.

Yo conozco la existencia de este personaje, pero no he leído nada suyo. No es fácil, para un hombre que se está haciendo mayor, hablarle a un niño sin aburrirlo. Le hice una pregunta que, después de haberla hecho, no me pareció muy acertada:

—¿Leer cómics de Batman es la cosa que más te gusta en el mundo?

El tardó en responder. Pensé que debía costarle contestarme. Finalmente lo hizo y su rostro se había entristecido:

—La cosa que más me gustaría en el mundo sería ver feliz a mi mamá.

Estas palabras me hicieron intuir que aquel niño llevaba en su tierno corazón una tristeza.

—¿Crees que tu mamá no es feliz? —muy interesado yo.

—No. No es feliz --convencido.

—¿Te ha dicho ella que no es feliz? —hablando por mi boca la indiscreción de un escritor.

—No. Nunca me lo ha dicho, pero yo lo sé.

—¿Cómo lo has averiguado?

Mi genuino interés, la ansiedad en mi mirada lo forzaron a seguir siendo sincero conmigo.

—A veces, cuando lee estas novelas que tanto le gustan, se queda un momento inmóvil con los ojos turbio y una expresión ausente, como si sus pensamientos se hubiesen marchado muy lejos, se empañan sus ojos y suspira.

—Quizás hace eso porque recuerdas cosas pasadas que le gustaría seguir teniendo y no tiene --aventuré.

—Sí, creo que es eso que usted dice —aceptó mirandome de pronto con una mezcla de simpatía y admiración.

En aquel momento regresó su madre. No sé si había escuchado las últimas palabras de su hijo. Me dirigió una mirada fugaz, creo que desconfiada.

—Nos vamos a bajar ya dentro de cinco minutos, nene.

Cogió del portaequipajes dos mochilas, una más grande que la otra. En un departamento de la mayor de ellas metió su novelita después de doblar la punta de una pagina y también metió el cómic de Batman.

Los dos puestos de pie abandonaron sus asientos. Solo el niño me miró y dijo:

—Adiós, señor.

—Adiós y suerte, chico.

Los vi avanzar por el pasilla hasta la puerta. Se detuvo el tren y ellos se bajaron en un pueblecito muy pequeño. Uno de esos lugares donde todo el mundo se conoce y nunca ocurre nada que aparezca en las noticas.

Este encuentro, a pesar de lo breve que había sido, me impactó en cierta medida. Esta mujer que acababa de bajarse, que llevaba una falda larga por debajo de las rodillas, de manos bonita en las que no había anillo alguna ni de prometida ni de esposa, podía muy bien ser una madre soltera. Sus ensoñaciones durante sus pausas de lectura podían deberse a una historia suya de un amor desdichado.

Yo, de niño había pasado con mis abuelos dos de mis vacaciones escolares en un pueblo muy pequeño en el que se sabía todo de todos sus habitantes. En ese pueblo había algunas personas que destacaban por lo que, a mis ojos eran originalidades nunca conocidas por mí anteriormente.

Reuní todo lo que he contado aquí y escribí esta novelita que lleva el título de MADRE LEÍA NOVELITAS DE AMOR. Si te ha gustado este breve relato, tal vez te guste también leer esta libro mío que puedes adquirir pulsando el siguiente enlace https://www.amazon.es/dp/1549582801

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