CARAMBOLA DE ASESINATOS (RELATO NEGRO)

CARAMBOLA DE ASESINATOS (RELATO NEGRO)

        —Te reservé en el Hotel Sindfort la habitación 219. En esa misma planta, ocupa la habitación 227 el cabrón que debes silenciar. Toma, la mitad del dinero ahora y la otra mitad cuando te lo hayas cargado. 

       Betty Swanson cogió el sobre con dinero que le entregaba Ronald “Bigass” destacado mafioso del Bronx, dueño de una destilería de güisqui y de una sala de juegos, ambos negocios clandestinos. Este dinero lo recibió la asesina profesional para que liquidase a su socio Larry Bushansky por no haber contabilizado aquél una importante entrega de licor y, además, haberse acostado con Lucy Mallone, su bellísima novia.

—Pondré a Larry Bushansky en la lista de los que mañana no verán la luz del día —dijo ella con escalofriante, macabra seguridad.

Y media hora más tarde Betty Swanson llegaba al garaje subterráneo del hotel Sinfort. Entró gracias al mando a distancia que le había entregado Ronald “Bigass”.

       Betty Swanson llevaba para esta operación un abrigo gris con bolsillos muy grandes para que le cupiera dentro de uno de ellos la pistola a la que previamente había montado el silenciador.

Llegada delante de la puerta de la habitación 227 cerró su mano derecha en la culata del arma y con los nudillos de su otra mano, después de comprobar que el pasillo continuaba vacío, realizó una discreta llamada con los nudillos.

       —¿Quién es? —quiso saber una voz ronca, varonil.

       —Servicio de habitaciones, señor.

        El hombre que se hallaba dentro del cuarto, en mangas de camisa, encontró agradable la voz femenina. Se consideraba un conquistador y la curiosidad por verla le impulsó a abrirle inmediatamente. El segundo que tardó en sorprenderse de que la visitante fuese vestida de calle y armada, le bastó a ella para pegarle un tiro a bocajarro. Larry Bushansky emitió un débil gemido antes de desplomarse de espaldas en el suelo con un agujero rojo en mitad de su ancha frente.

       Betty Swanson tuvo que doblar una de las piernas del hombre que acababa de asesinar para conseguir cerrar la puerta por su parte interior. Registró al muerto y se hizo con su reloj de oro y su cartera que contenía una importante suma de dinero en dólares. Soltaron un leve silbido de contento sus sensuales labios color frambuesa.

—A esto lo llamo yo una mañana provechosa

        A continuación, abandonó la estancia y colgó por la parte de afuera el cartelito: “Por favor, no molesten”. Tardarían horas en descubrir al muerto, lo cual le daría tiempo sobrado para largarse del hotel quitarse la peluca rubia que se había puesto, el algodón que engordaba sus mofletes, y recuperar su aspecto habitual que era el de una morena de óvalo agraciado.

        Nadie en el pasillo. Nadie había escuchado el sordo sonido del certero disparo suyo. Caminó sin prisas, auto felicitándose por la eficacia y la rapidez con que había actuado.

        Sacó del otro bolsillo la llave de la habitación reservada para ella, la 219. La abrió y en el momento mismo en que cerró la puerta vio a Ronald “Bigass” sentado en la cama apuntándole con una pistola provista de silenciador. No le dio él, a la asesina profesional que había contratado tiempo de salir de la sorpresa causada por su presencia allí, cuando le disparó un tiro en el corazón y otro en un ojo cuando ella se tambaleaba hacia adelante para, tras brevísima vacilación, caer de bruces sobre el enlosado reventándose boca y narices.

Con el pie, sin miramiento alguno, él le dio la vuelta a Betty Swanson y viendo que su primer disparo le había acertado en pleno corazón comentó inhumanamente cínico:

       —¡Je, je, je! Malgasté la segunda bala. Nunca seré un buen economista.

        Acto seguido le quitó a la asesina cuanto de valor llevaba encima incluido lo que ella le había cogido al asesinado Larry Bushansky. Estaba a punto de marcharse cuando escuchó unos nudillos golpear la puerta.

        La sangre fría había sido siempre unas de las cualidades del mafioso. Decidió que esperaría que se marchase quien quisiera que fuese el que acababa de llamar.

        —Soy la camarera de pisos —dijo una agradable voz femenina—. Vengo a entregarle las dos toallas limpias.

        Temiendo que ella pudiese entrar empleando su llave maestra, si él no contestaba y descubrir el cadáver de Betty Swanson tendido en el suelo, Ronald Bigass abrió la puerta unos pocos centímetros y se encontró con lo último que se esperaba, a una mujer poco agraciada con un revólver en su mano derecha, provisto de silenciador y del que salió inmediatamente una bala que se le clavó en la frente y lo tumbó de espaldas con una notable expresión de asombro en su rostro y pocos segundos más tarde, estaba tan muerto como Betty Swanson, la asesinada por él.

       La nueva asesina arrastró el cadáver del gordo Ronald Bigass dentro del cuarto y cerró la puerta. Jadeaba por el esfuerzo realizado. El capo mafioso pesaba más de ciento veinte kilos. Ella se quedó con cuanto de valor llevaba encima el sujeto que acababa de asesinar y murmuró enormemente satisfecha con las dos carteras y otros tantos relojes que él llevaba encima:

        —Quien roba a un ladrón tiene cien años de perdón. Son los años que voy a tener yo. Soy rica. Y más lo seré cuando mañana en el Bar Andy´s, Tom el “Beautiful” me pague la otra mitad que me adeuda por haberle librado de su jefe, tal y como quedamos.

        Después de cerrar la puerta, la asesina colocó en su pomo el cartelito que ponía: “Por favor, no molesten”. Acto seguido se dirigió tranquilamente hacia la escalera de servicio, que ya había empleado antes cuando siguió a Ronald “Bigass” y lo vio entrar en la habitación que ella acababa de abandonar. La escalera la llevó a un rellano donde había dos puertas: una que llevaba al vestíbulo y la otra que conducía al jardín. Escogió esta última.     

       Tuvo que andar con cuidado debido a sus zapatos con tacones muy altos, no fuera a rompérsele alguno. Eran de los caros. Estaba a unos treinta metros de la entrada y aparcamiento del hotel donde se hallaban los taxis (en uno de ellos había llegado hasta allí). Delante de la puerta había dos vehículos, uno de ellos era de la policía. Soltó una maldición. Renunció a coger un taxi. La presencia de la bofia la echó para atrás.

        Caminó algunos metros. Encontró una motocicleta aparcada. Consiguió abrir el candado de la cadena que encerraba el manillar a la rueda delantera. Se pasó la pistola a la cintura, se subió el abrigo hasta las caderas para que no le molestara al conducir, puso en marcha el vehículo de dos ruedas y salió de allí a velocidad moderada, sin llamar la atención. Condujo el vehículo hasta el centro de la ciudad y allí lo abandonó no fueran a detenerla por conducir sin casco, y se viese en problemas.

         A lo precavida que era debía la impunidad en que vivía, y muy bien por cierto. En cuanto a Tom “el Beautiful”, después que él le hubiese pagado se lo cargaría cumpliendo otro encargo que había recibido. El trabajo suyo iba por rachas, por lo tanto las rachas buenas había que aprovecharlas.

Esta reflexión la había puesto de buen humor. Bueno humor que le duró hasta descubrir que conduciendo la motocicleta se había roto una uña y masculló por lo bajo:

—¡Mierda! La perfección no existe.

 

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