BREVE HISTORIA DE UN MENDIGO (MICRORRELATO)
BREVE HISTORIA DE UN MENDIGO
Acudía un mendigo a la puerta del mercado donde yo hacía la compra un par de veces por semana. Por lo andrajoso, barbudo y sucio que iba, a muchos despertaba lástima, yo me encontraba entre ellos y dándole un par de euros le decía:
—Para medio bocadillo te llegará, amigo.
—Gracias, caballero, que Dios se lo premie con mucha salud y prosperidad.
Una mañana fui al mercado, a la hora que acostumbraba y, al no ver al mendigo allí en la puerta le pregunté al municipal que vigila no se lleve nadie cosas sin pagarlas:
—¿No ha venido el mendigo hoy?
—No.Y ayer tampoco vino.
—¿Se habrá puesto enfermo el pobre?
—No te sé decir. La vida que llevaba no era nada sana, comiendo poco y mal y fumando colillas que recogía.
Transcurrió una semana y no solo yo, sino mucha otra gente se preguntaba qué habría podido pasarle al pobre mendigo.
A la señora Elogia, la carnicera, que tendría enorme éxito ejerciendo de detective privado, pues lo sabía todo sobre sus clientes y también sobre otras muchas otras personas que no lo eran, le pregunté mientras me preparaba dos muslos de pollo con la piel quitada:
—No sabemos nada nuevo del desaparecido mendigo, ¿verdad?
—Sí sabemos —respondió ella muy satisfecha de poder informarme—. Hace dos días lo vi conduciendo un coche nuevo.
—Pero eso no es posible —le dije cuando la sorpresa recibida me permitió recobrar el habla perdida—. Quizás se trataba de alguien que se le parece.
—Eso pensé yo al verlo. Corrí tras el vehículo y cuando llegó al semáforo y se detuvo, jadeante yo y con media lengua fuera, le pregunté si era el mendigo al que, por lástima, todos le dábamos alguna cosilla. Me respondió que sí, que era él. Le pregunté entonces si el cochazo que conducía lo había robado, y me contestó que lo había adquirido al contado. Le pregunté de donde demonios había sacado el dinero para ello, y me respondió que el poco dinero que le dábamos, él lo empleaba rellenando quinielas, y le había tocado una en la que solo él había acertado todos los resultados. Con la millonada obtenida se había comprado aquel coche con el que llevaba soñando toda su ida. Le dije que para haber conseguido acertar esos resultados, él debía entender mucho de futbol. Y me contestó que no entiende nada en absoluto, demostrándome era cierta esta afirmación suya, pues ignoraba que un equipo de futbol está compuesto por once jugadores.
—Tampoco yo entiendo nada de futbol —aporté yo a la conversación.
Nada más salir del supermercado entré en un local por delante del que siempre había pasado sin demostrarle el más mínimo interés. Al empleado que allí había le pregunté qué debía hacer yo para rellenar una quiniela. Con suma paciencia y una sonrisa burlona, él me enseñó.
Llevó cuatro años rellenando quinielas y sin ganar un céntimo. Es el precio que pago por seguir alimentando la ilusión y la esperanza de acertar por fin un pleno y poder comprarme un coche aunque sea de segunda mano.