AGUSTINA ERA COMO LA LUNA (RELATO)

AGUSTINA ERA COMO LA LUNA (RELATO)

Agustina me gustaba. Agustina me gustaba bastante más allá que mucho. Y Agustina me dijo que yo le gustaba a ella algo más que regular. Los dos proveníamos de familias pobres y podíamos compartir lo malo que es acostarse todas las noches con hambre.

—Yo sueño que llueven jamones y me pongo a reventar comiéndome tres o cuatro de ellos.

—Pues yo sueño que aparece una ternera en la cocina de mi casa, la descuartizo, la aso y termino llorando de rabia porque solo soy capaz de comerme la mitad de ella, pues mi hinchada panza no admite más.

—Cuando yo era chica, como no teníamos para comprar sal, mi madre salaba el puchero con sus lágrimas de pena.

—Cuando yo era chico, como no teníamos para pan, mi madre pintaba una hogaza de pan en un papel y yo me lo comía.

—¿Cómo que te lo comías?

—Me comía el papel como si de una hogaza de verdad se tratara.

Agustina y yo, algunas noches, lo pasábamos maravillosamente juntos saciando, en la oscuridad del portal de su casa, la mutua hambre de besos que sentíamos los dos.

Una mañana, mientras chupábamos a medias un caramelo de menta, mi primo Lucrecio, que se divertía asustando gatos ladrando, me contó que las noches que Agustina no estaba conmigo, saciaba su hambre de besos con otro que no era yo.

          Al conocer esto yo sentí en lo hondo de mí algo raro. Algo así como si me hubiese tragado media docena de piedras y no las pudiese digerir. Le conté estos síntomas míos a mi primo Lucrecio. Él, que siempre había sido, de largo, mucho más listo que yo, me explicó lo que podía ser eso tan desagradable que yo experimentaba:

—Lo que a ti te pasa, primo, es que estás celoso. Muy celoso.

—Oye, pues no me gusta nada estar celoso. Siento, además de las piedras sin digerir, como si me estuviesen pinchando el corazón con un gran tenedor de barbacoa.

Una noche en que Agustina sació su hambre de besos conmigo, tuve un chispazo de talento y la dije:

—¿Sabes que me disgusta de ti, mejillas de melocotón?

—¡Ah! pero hay algo que te disgusta de mí, tontito —extraordinariamente sorprendida.

—Pues sí, me disgusta que eres igual que la luna, la mitad de ti la veo y, la otra mitad permanece escondida todo el tiempo.

—Eres muy gracioso —se burló.

--Pues no me había dado cuenta --componiendo yo una expresión bellamente irónica.

Yo llevaba muy mal lo de los celos. Me despertaban ideas violentas. Entraba en la carnicería y, a los pollos desplumados y colgados de los ganchos por el pescuezo, veía que tenían los rostros de todos los que me decía mi primo hacían compañía a la casquivana Agustina en la oscuridad del portal y apenas hablaban pues tenían ocupadas sus bocas en otras tareas.

Le conté a mi primo Lucrecio esas horribles visiones mías de los pollos colgados, y él, que siempre había sido infinitamente más listo que yo, me dio un excelente consejo.

Rompe con ella. Te está averiando mentalmente y cualquier día te puedes figurar que son pollos seres vivos que no lo son.

Y un día Agustina me lo puso fácil con una sola frase:

—Anoche soñé que tú me dejabas.

—Pues soñaste muy bien. No quiero saber más de ti.

Y rompí con ella. Agustina nunca me agradecerá bastante mi decisión. Poco tiempo después de nuestra rotura ella se casó con un multimillonario y jamás volvió a pasar hambre de ningún tipo, pues aquel menda que la desposó tenía, además de una fortuna, una boca el doble de grande que la mía.

En cuanto a mí tampoco me ha ido mal del todo. Me eché de novia a una cosmonauta y ella me ha enseñado a ser ingrávido y feliz. ¡Ah! Y hambre no pasamos ninguna. Ella prefiere mis besos a los besos de cualquier otro y, además, gana un buen sueldo en dólares que son más de fiar que cualquier otra moneda.

Ya saben eso tan bonito que se dice : “Quién a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija”.

(Copyright Andrés Fornells)

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