EL ABRAZO A LA ABUELA (MICRORRELATO)
Los seres humanos no paramos de crear cosas nuevas y, con estas creaciones nuevas unas veces acertamos y, otras veces, como que no acertamos tanto. Hubo un tiempo en que los humanos nos comunicábamos por medio de tam-tams, señales de humo y hasta telepáticamente. Ahora tenemos infinidad de cacharros que nos permiten comunicarnos y, sin embargo, cada vez lo hacemos más desde la distancia, como rehuyendo el contacto físico del cuerpo del otro.
Conozco el caso de una abuela y una nieta que viven en distintos pisos, pero en la misma calle y, la pequeña, en vez de ir a la vivienda de su abuela a darle dos cálidos besos e interesarse sobre qué tal está, le envía un mensaje por WhatsApp que dice así: “Buenos días, abuela. Cuídate. Te quiero”.
La abuela, cansada de que este mismo mensaje se repita todos los días, a menudo ni lo lee. Y se va a la panadería donde se queda un buen rato hablando con la gente, sintiendo su simpatía, su cercanía, su interés verdadero, y enlaza la mirada de sus ojos cansados y sabios con la mirada de los ojos de las personas que tiene muy próximas.
Veo a esta anciana de vez en cuando, pues no siempre puedo acercarme a la panadería. Ella y mi abuela eran muy buenas amigas. Ella sigue viva y mi entrañable abuela nos abandonó, media docena de años atrás por habérsele terminado la cuerda del reloj de la vida, como ella solía decir.
Cuando me encuentro a esa abuela, amiga de la mía, con el brillo hambriento de afecto en su mirada, le sonrío, voy hacia ella y le digo, antes de que nos abracemos:
—¿Cómo se encuentra usted hoy, señora Lucía?
—Aquí sigo, hijo. Porque Dios es muy bueno y me mantiene viva.
—¿Se siente usted hoy lo bastante fuerte para resistir un abrazo mío? —le preguntó.
—Para eso siempre estoy fuerte, hijo —me responde con voz quebradiza por la emoción y mientras la abrazo dentro de mi mente veo la cara sonriente de mi adorable abuela Rosa.
(Copyright Andrés Fornells)