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Foto de Aragon Digital

(Copyright Andrés Fornells)
Rafa Nadal ayer tarde realizó una nueva heroicidad: ganar otra vez más el Roland Garros (suma ya 14). Y le vimos vibrar de emoción mientras izaban la bandera de España y se escuchaba el himno que representa a todos los que nos sentimos españoles.
Y Rafa Nadal ganó este nuevo trofeo con extraordinaria valentía, sacrificio, sufrimiento y lucha. Ganando, además de un nuevo torfeo, la admiración que merece por ser uno de los mejores, sino el mejor deportista español de todos los tiempos.
Ayer, unos cuantos millones de españoles (a los que debieron sumarse muchísimos más millones de impresionados extranjeros) admiramos y ensalzamos las especiales, soberbias, inmejorables cualidades humanas y deportivas que atesora este tenista extraordinario, y vibramos de emoción con él.
Yo, personalmente, que tantas veces he admirado a esos deportistas de países extranjeros, que con la mano en el corazón compiten en eventos deportivos por el honor y la exaltación a su país, no sentí más envidia de ellos porque uno de los nuestros, Rafa Nadal, nos representaba a los que no pasamos por el estúpido temor de que, los ciegos fanatizados de turno nos  critiquen por ello. 
Este modesto escrito lo dedico a los que conservan todavía el respeto y el amor por la historia y por la tierra que, habiendo sido de sus ancestros, es también suya.