UNA VEZ FUI DUEÑO DE UN TESORO (MICRORRELATO)

sueño frustrante
Hay un sueño muy irritante que se me repite con cierta frecuencia. En ese sueño es de noche. Yo camino por un bosque. Llevo una pala al hombro, del mismo modo que los soldados llevan su fusil en un desfile. Me alumbra medio queso de luna, que le saca sombra a mi cuerpo. No oigo nada, ni siquiera mis pasos. Llego junto a un pino partido por la mitad y chamuscado por haber sido el caprichoso objetivo de un rayo. Inmediatamente me pongo a cavar al pie de este árbol y cuando me hallo ya al límite de mis fuerzas encuentro un cofre muy viejo. Jadeante, bañado en sudor, lo abro y compruebo que está lleno hasta arriba de doblones de oro de la época de los Reyes Católicos.
¡La hostia, tengo mi vida solucionada, espléndidamente solucionada!, grito loco de contento  Cargo con el pesadísimo cofre que pesa como mil demonios bien cebados. Llego a mi casa exhausto, hecho polvo, deshidratado, con agujetas hasta en el alma. Me bebo una garrafa de agua de cinco litros. Me acuesto y quedo dormido inmediatamente. No sueño nada.
Me despierto por la mañana del día siguiente. Lo primero que hago es mirar debajo de la cama y… ¡el puto cofre con las monedas de oro ha desaparecido! Frustrado, rabioso, le echo maldiciones hasta al lucero del alba. Me quejo de mi suerte y, en más de una ocasión ando cerca del llanto.
Menos mal que cuando me ve jodido y triste, “Troyano”, mi perro, se viene junto a mí y empieza a morderme una zapatilla. Yo que le entiendo muy bien, comienzo a acariciarlo. Entonces se tumba de lado y empezamos el juego de él morderme la manga de la camisa, y yo a tratar de evitarlo sujetándolo por el cuello y pienso: “Que se vayan a hacer puñetas todos los tesoros. ¿Quién los necesita teniendo una familia que te quiere, unos amigos que te aprecian y un buen perro que le da cariño todo el tiempo?”

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