UNA PALOMA CAGONA (MICRORRELATO)

Gustavo Botijo vivía solo. Le gustaban mucho las mujeres rubias, pero a las mujeres él les gustaba poco, posiblemente porque nunca sonreía y porque mostraba siempre cara de estar enfadado.
Ya fuese por casualidad o la mala intención que al parecer algunos les atribuyen a ciertas aves, una paloma acostumbraba defecar sobre sus camisas tendidas.
A la tercera vez que esto sucedió, Gustavo se enfadó tanto que se compró una escopeta, dispuesto a matar a esta ave cagona.
Con esta intención tendió ropa en la terraza, bajó a su apartamento a por el arma recién adquirida y cuando la tuvo en sus manos subió a la terraza con el propósito de acabar con el ave que había despertado sus iras. La pilló infraganti. La estaba apuntando cuando apareció una joven de extraordinaria belleza que le preguntó impresionada:
—¿Estás apuntando a mi bonita paloma?
Impactado por los encantos de ella, Gustado mintió:
—No, no voy disparar a esa paloma tuya, voy a dispararle a esas nubes del cielo. Los chinos consiguen, por este método, que llueva.
—Me encantan los frikis como tú —aseguró ella—. Ven a mi casa, tomaremos café y luego volveremos aquí, tú con tu escopeta y yo con un paraguas.
A partir de aquella tarde, Gustavo dejó en la casa de ella su escopeta, aprendió a sonreír en la cama de ella y se quedó a vivir con Enriqueta y desde que ella lavaba en su lavadora las camisas de Gustavo, la paloma de ella en vez de defecarlas las aromatizaba con ramitas de azahar.
Cambiar de gustos es propio de personas inteligentes: Enriqueta poseía una lustrosa y abundante cabellera azabache
(Copyright Andrés Fornells)