UNA PALOMA TENÍA DUEÑA (MICRORRELATO)

Anselmo Lunallena era soltero y había ejercido de pacifista convencido hasta que una paloma, que no sabía él de dónde venía, empezó a mostrar continuo capricho en descargar diariamente sus excrementos sobre la ropa que él tenía tendida en su terraza. Esta desconsideración por parte del ave enfadó en tal medida a este hombre pacífico hasta entonces, que decidió comprar una escopeta y abatir, de un tiro, a la puerca y reincidente bestezuela que había conseguido, con sus periódicas cochinadas, llevarle hasta la misma desesperación.
Y cierta mañana en que la paloma descargaba encima de una sábana blanca suya lo que su estómago no quería guardar más, él la apuntó con su escopeta.
No llegó a disparar porque en la terraza vecina apareció una mujer bellísima, una de esas mujeres que son dueñas de ese tipo de sonrisas que derriten los corazones masculinos como si éstos estuviesen hechos de mantequilla y expuestos al sol del mediodía. Ella dedicó al hombre enfadado una de esas sonrisas que convierten en adoradores a los hombres que las reciben, lo saludó e hizo una pregunta:
—Hola, caballero, ¿ha visto por casualidad a Lucrecia, mi paloma?
Anselmo Lunallena se apresuró a ocultar el arma detrás de sus piernas y señalándola con el brazo estirado que le quedaba libre dijo:
—Mírela, está ahí planchándome con sus patitas una sábana que acabo de tender.
—Ah, traviesa. Ven con mamá —la llamó ella muy cariñosa, y el ave, obediente, voló hasta su antebrazo. Entonces ella reparando en la escopeta que a su vecino acababa de resbalarle entre las piernas le preguntó en un tono reprobador—: No eres uno de esos crueles cazadores que matan indefensos animales, ¿verdad?
Anselmo Lunallena, apurado, deseoso de congraciarse con ella dijo lo primero que se le ocurrió:
—No, ¡qué va! En absoluto. Yo amo a los animales. Y a las palomas más que a ningún otro. Pensaba dispararles a las nubes. Los chinos consiguen por este método que llueva. Y deseo que llueva para estrenar un paraguas muy bonito que me he comprado hace poco.
—Oh, por favor, deje tranquilas a las nubes. Mire esa de ahí: ¿No parece talmente un dinosaurio?
Él ilusionándose también señaló otra nube y dijo:
—Fíjese en esa otra nube, no parece talmente una mamá elefante con su bebe.
—Sí, si lo parece. Acabo de hacer café, ¿no le apetece tomarse uno en mi compañía?
—Nada de este mundo podría apetecerme más —mostrando él gran entusiasmo.
Anselmo Lunallena fue a la casa de aquella joven, que se llamaba Sol Radiante y le gustó tanto estar con ella, y a ella le gustó tanto estar con él, que ahora viven juntos y Lucrecia nunca hace sus necesidades en la ropa que ambos lavan y tienden.
Anselmo Lunallena vendió su escopeta por lo que quisieron darle y empleó el dinero obtenido construyendo un palomar para Lucrecia y Gladiador, un aguerrido palomo que se había enamorado de ella.
Esta es la primera historia de amor que conozco la inició una paloma cagona. Y he caído en la tentación de contárosla.
(Copyright Andrés Fornells)