UNA MUJER INFIEL (MICRORRELATO)

UNA MUJER INFIEL (MICRORRELATO)


Román Muñoz conocía al taxista que, atendiendo a su llamada, acudió a recogerlo al aeropuerto cuando él regresó de un viaje de trabajo que había durado dos días. Durante el trayecto, el profesional de la conducción, que se llamaba Judas Morales, puso en conocimiento de su cliente un hecho que había presenciado, por casualidad, la noche anterior:

—Anoche vi a tu esposa, en el restaurante Los Comensales, cenando con un joven que le cogía las manos.
Román Muñoz quiso le confirmase lo que acababa de descubrirle el taxista, con una indignada pregunta que le hizo:
—¿Estás seguro de que viste a mi mujer cenando en Los Comensales con un joven que la cogía las manos?
—Estoy tan seguro de eso como lo estoy de que, en este momento te llevo a tu casa —afirmó con absoluto seguridad su interlocutor.

—Pues en cuanto la vea, le pediré, a mi mujer, me explique su actitud, sobre la que nada me ha dicho cuando hablamos por teléfono —mostrando enorme indignación.
Llegaron al apartamento donde vivía Román Muñoz. Éste pagó la carrera con propina incluida y se separó del conductor profesional.
Cuando entró en la vivienda conyugal encontró a su bella mujer tumbada en el sofá siguiendo en el televisor un culebrón sudamericano, y disfrutando de unos ricos bombones, al mismo tiempo que mantenía sus hermosos ojos verdes fijos en la pequeña pantalla.
—Hola, mi vida —le dedicó ella el cariñoso saludo habitual.
Su marido soltó la pequeña maleta, fue junto a su consorte y cambió con ella un beso, afectuoso y apasionado.
—¿Has tenido buen viaje? —se interesó ella cargada de dulzura la voz y dirigiéndole una mirada de genuino interés.
—Muy bueno. Y he cumplido a la perfección el encargo que me había encomendado mi empresa. —¿Y tú qué tal has pasado estos dos días sin mí? —demostrando él parecido interés.
—Aburrida el primer día. Divertida el segundo. El hijo de tu jefe me llevó a cenar a Los Comensales. Nos sirvieron unos canalones Pimpini buenísimos, Pensé en lo mucho que los habrías disfrutado tú, de haberlos compartido conmigo.

—Iremos a Los Comensales un día de estos a comerlos. ¿Qué hicisteis vosotros dos después de haber cenado —mostrando mayor interés todavía su esposo.

—Lo que ya puedes imaginarte. Fuimos los dos a una discoteca, bailamos y finalmente me acompañó a casa.
—¿Y supongo le dijiste entonces que te da miedo dormir sola? —ansioso su cónyuge.
—Por supuesto, y él fue tan amable que pasó toda la noche conmigo en la cama quitándome el miedo.
—¿Te mereció la pena el sacrificio que hiciste?
—Más o menos —sin demostrar entusiasmo ella.
—¿Le hablaste de mi aumento de sueldo?
—Pues claro, mi vida. Siempre velo por nuestros intereses. Te conseguí un diez por ciento de aumento.
—¡Estupendo! Siempre he podido confiar en ti. Eres extraordinaria, mi vida. Mira, ponte bien guapa esta noche, que seré yo quien te lleve a cenar a un lujoso restaurante donde preparan, como en ninguna otra parte, ese pato a la naranja que te vuelve loca. Te mereces un detalle especial como éste y muchos más. Vales más que una mina de oro.
—¡Ay, que no hará por amor una mujer enamorada, como lo estoy yo de ti! —celebró con una alegre carcajada ella, cuyo metabolismo le permitía atiborrarse de comida sin aumentar de peso por ello.
El cornudo consentido se rio también con parecida satisfacción. Formaban un matrimonio admirablemente bien avenido que compartía ganancias y falta de escrúpulos.

(Copyright Andrés Fornells)

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