UNA MONTAÑA OFENDIDA (MICRORRELATO)

(Copyright Andrés Fornells)
Era un pueblo insignificante, tanto por su número de habitantes como por sus fuentes de riqueza, pues todos ellos vivían principalmente de la agricultura y de los animales que criaban para su consumo. Sus casas, desparramadas por la falda de una montaña eran humildes, rudimentarias. Todos sobrevivían juntando los años de cosechas abundantes, con los años de cosechas menguadas. Estos pueblerinos poseían, en su conjunto, una notoria, exagerada inclinación por la burla.
—Fulano es tan mal agricultor, que plantó tres meses atrás un chupa-chups y todavía está esperando que le agarre.
—Pues zutano plantó un peral y el fruto que le está dando el árbol son cebollas tan picantes que uno no las puede comer.
—Pues mengano para alegrar sus lechugas, que estaban tristonas, les canta todos los días una jota.
—Pues con lo mal que canta acabará matándolas.
Todas las burlas iban siempre acompañadas de estentóreas carcajadas. Les daba igual ofender que ser ofendidos. Al parecer ninguno, cuando pagaron las consecuencias de su cachondeo, recordaba cuál de los vecinos había empezado a burlarse de la montaña junto a la que moraban y que con total generosidad les procuraba protección y alimento a su ganado.
—¡Vaya montaña ridícula la que tenemos! Parece talmente la cara de un payaso.
—Sí, y temprano por la mañana, cuando le da el sol de lleno parece la cara de un payaso borracho.
—¡Qué vergüenza de montaña!
—¡Mira que es fea esta condenada montaña!
—Ya podía habernos tocado una montaña más bonita. Nos la merecemos.
Dicen que las paredes tienen oídos, pero lo que nadie había dicho todavía era que las montañas también los tienen.
Una mañana, aquellos pueblerinos chanceros descubrieron que la montaña había desaparecido, había emigrado a otra parte donde se la respetase. Fue entonces cuando se dieron cuenta aquellos guasones de lo importantísima que ella era. Tuvieron que plantar forraje para alimentar a sus animales y, llegado el invierno, todo el refugio que les procuraba la montaña aislándoles de los vientos fríos provenientes del norte, tuvieron que sufrir unas temperaturas insoportables. Tan insoportables fueron éstas que acabaron emigrando en busca de la falda de otra montaña de la que se guardarían muy mucho de burlarse.