Yo sospechaba que ella podía ser la asesina que estábamos buscando. Pero estaba muy buena y, cuando me ofreció disfrutar del paraíso de sus voluptuosas carnes si la acompañaba a la villa vacía donde en el estío veraneaba con su familia, la seguí tan estúpidamente como la oveja ignorante marcha
Margarita y Anacleto llevaban algún tiempo saliendo juntos. Los dos eran tan tímidos y vergonzosos que cuando por la noche se reunían en la oscuridad del portal de la casa donde ella vivía, mantenían todo el tiempo sus manos inmovilizadas a la espalda porque no se atrevían a concederles el
Tardé en volver a Londres doce largos años. Me llevó allí esta segunda vez el deseo de recuperar de nuevo todos los bellísimos lugares de esta apasionante ciudad, que yo tanto había gozado en mi visita anterior. Al año de haber estado yo con ella y compartido ardiente idilio en
El profesor era un hombre muy mayor. Las viejas y deterioradas gafas que llevaba incomodaban a sus ojos obligándole a forzar la vista todo el tiempo, y también lo incomodaba su dentadura postiza obligándole a chuparse todo el tiempo las encías. Sentado detrás de su mesa coja, situada frente a