UNA GOTA DE HUMOR (109)

Arturito López era considerado por sus padres un hijo ejemplar. Durante sus vacaciones estivales, en vez de estar como tantos chicos de su edad callejeando o divirtiéndose fuera de casa, cuando sus padres marchaban al trabajo él se quedaba en el hogar estudiando materias diferentes a las de sus estudios
Merche tenía veinticinco años, había entrado nueva en la asesoría fiscal. Se trataba de una empresa pequeña, pues con ella sumaron tres empleados: Leandra, la directora y dueña de la misma, cercana a la jubilación, y Genaro, un soltero de cuarenta años. El primer día de su nuevo trabajo, Merche
El joven llevaba en su mano una rosa roja de tallo largo. Llegó delante del banco del parque que le había descrito su madre. No estaba allí sentada la anciana que esperaba encontrar. Había una joven de más o menos su misma edad, que lo estaba observando con ojos curiosos.
Antiguamente, las mujeres de Nápoles, salían desnudas a la azotea de sus casas, convencidas de que la luz de la luna aumentaría el tamaño de sus senos. Interpreto que no serían tan tontas como para imaginar que sus pechos ganaban volumen, sin que fuera así. Por lo tanto, si descarto