UNA AUTÉNTICA HEROÍNA (RELATITO)
UNA AUTÉNTICA HEROÍNA
(Copyright Andrés Fornells)
Nos hallábamos los dos sentados en un banco del parque. Él, mi hijo pequeño, con cara de aburrimiento intentaba avanzar en la lectura de un libro, tarea convertida en obligatoria por el profesorado de su colegio.
Yo me hallaba ensimismado pensando en lo mucho que ese mes había subido la factura de la luz y en que mi esposa estaba haciendo horas extras, en su trabajo, para ayudar a que con nuestros modestos sueldos pudiésemos llegar a final de mes.
Mi hijo pequeño, soltó un ruidoso suspiro para que yo apreciase el enorme sacrificio que le representaba lo que estaba realizando en aquel momento, colocó el libro doblado boca abajo sobre sus piernas, dejó éstas un momento quietas y, encontrando motivo de distracción en la circunstancia de haberle yo convertido en futbolero debido a mi pasión por el noble deporte del balompié, me hizo una pregunta relacionada con el balompié:
—Papa, ¿hay alguien que tú admires más de lo que admiras a los dos mejores jugadores de fútbol del mundo?
Me volví hacia este imberbe, uno de los tres aspirantes a heredar unos puñados de libros y poco más que voy a dejarles cuando dé ese salto definitivo y en absoluto deseado hasta el patio de los callados, como solía decir mi padre que en gloria esté. No me precipité en la respuesta, porque él ha heredado de la autora de sus días el no aceptar nada que no lo convenza totalmente. Torcí el bigote. Le sonreí intentando desorientarle.
—Vaya, a veces me haces preguntas complicadas, hijo. Cuando eras más pequeño recuerdo que una vez me preguntaste que, si se caen las pelotas, ¿por qué no se caía la pelota que llamamos sol?
—Recuerdo que te saliste por la tangente diciendo que yo era demasiado pequeño para entender ciertas cosas. Y hasta que no fui al cole y le pregunté al profe que tenía entonces, don Ramón, no me enteré de eso de la ley de la gravedad.
—No te contesté entonces para que te dieses cuenta de lo utilísimo que es ir al colegio —improvisé.
—¿Y ahora por qué no contestas a lo que acabo de preguntarte, papá? —inquisidor.
Antes de responderle tomé en consideración la expresión de genuino interés que él demostraba sobre la cuestión formulada. Como intento ser un buen padre y también un buen marido, reflexioné honradamente y manifesté centrando toda mi atención en él:
—Mira, hay una persona a la que yo admiro más que a esos grandes futbolistas, y más que a nadie de este mundo. Y esa persona es tu madre.
—¡Papá, que te estoy hablando en serio! —creyendo él que yo bromeaba.
—Y yo también te estoy hablando muy en serio, hijo.
Él escrutó mi rostro y pudo apreciar que yo no bromeaba en absoluto. Desde ese día, nuestro hijo observa a su madre con mayor curiosidad que nunca, y me atrevo a decir que también amor.