UN PUEBLO EN FIESTAS Y UN DOLOR INCURABLE (RELATO)
Está en fiestas un pueblo pequeño arrimado a la falda de una montaña. En la explanada de todos los años, montones de casetas, un tiovivo, una montaña rusa, una pista de autochoques y las carpas de un circo. En la entrada de este circo un cartel anuncia a trapecistas, saltimbanquis, equilibristas, amazonas a caballo, payasos…
Delante de ese cartel un niño llora. Un año atrás, ese chiquillo y su padre estuvieron en ese mismo circo, asombrados, maravillados, felices. A la salida, el padre de ese niño le compró pan de azúcar y almendras garrapiñadas. Le gastó bromas y los dos rieron con todas sus ganas. Eran felices.
La gente mira al niño con curiosidad. Nadie se acerca a él. Allá cada cual con sus penas. Él niño apesadumbrado no quiere que nadie viendo su dolor le haga preguntas. Busca refugio y soledad en la parte trasera de la carpa donde se sienta y da rienda suelta a profundo pesar.
De pronto, un faquir tragasables descubre al pequeño afligido acurrucado llorando, y compadecido de él se acerca y le dice:
—Si dejas de llorar te doy una manzana que iba a comerme yo —mostrándosela encerrada en su mano.
—Si me devuelve a mi padre dejo de llorar —responde el niño entre hipidos.
El faquir baja la cabeza entristecido, le da la manzana y lamenta:
—Tendrás que pedirle eso que tanto deseas a un mago. Yo no puedo conseguirlo. Mi arte no va más allá de tragarme cosas indigestas, que no pueden tragarse las demás personas, Buenas noches y que te aproveche esa manzana
El artista de circo se aleja con humedad en los ojos. Él había tenido, muchos años atrás, el mismo dolor que este pequeño huérfano.
Nunca sabrá este bondadoso artista el gran bien que acaba de hacer al pequeño dejado atrás, pues éste se queda murmurando:
—A ese hombre puede que lo haya enviado él, mi padre, que nunca le gustó verme llorar.
Seca sus lágrimas con la manga de su desgastada chaquetilla, se pone de pie y corre a llevarle la manzana a su madre a la que, dándosela, le pide que no llore que ni a su padre ni a él les gustó nunca verla llorar.
—Mamá, es que tus lágrimas nos parten de tristeza el corazón —suplica.
—Bien, vamos a dejar de llorar y comernos a medias la manzana. Dale tú el primer mordisco --forzando ella una sonrisa.
Madre e hijo se comen la manzana miranda a las estrellas convencidos de que entre ellas hay una que es la persona que ambos echan tanto de menos.
(Copyright Andrés Fornells)