UN PATITO FEO CAPRICHOSO (relato)

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DÉJAME QUE TE CUENTE:
UN PATITO FEO CAPRICHOSO
Aunque le merecía cierta simpatía san Francisco de Asís, por haber escuchado decir que este santo varón era amigo y protector de los animales, el Patito Feo mostró clara preferencia por el Mago Merlín, acudiendo cierta mañana al despacho que este prodigioso anciano vestido siempre con la misma viejísima túnica plagada de estrellas, tenía instalado en el Bosque Encantado, y le suplicó, desesperado:
—Mago Merlín, por favor; por favor te lo suplicó encarecidamente, cambia mi aspecto tan horroroso por otro infinitamente mejor para que la gente deje de mostrar rechazo y burla a mi notable fealdad actual.
El Mago Merlín lo recorrió con mirada crítica, desde el pico torcido hacia arriba, al plumaje cochambroso, su notoria cojera y el desigual tamaño de sus de-formadas patas.
—¡Uf! Ciertamente eres feo con ganas, pato —reconoció—. Da grima mirarte. Bien, me apiado de ti y voy a mejorar considerablemente tu aspecto. Repite conmigo: “Milagro, milagrito, transfórmame en otro, cuando yo toque el pito”.
—Milagro, milagrito, transfórmame en otro cuando yo toque el pito —después de repetir estas palabras, el Patito Feo, reparó en un detalle primordial—: Yo no tengo ningún pito, Mago.
El hacedor de prodigios se mesó la luenga, blanca barba, realizó un gesto de fastidio su convexa boca y sacando un silbato del bolsillo izquierdo de su anticuada vestimenta le lo entregó indicándole con la entonación paciente que los sabios emplean con quienes les son el reverso de la medalla:
—Escucha, impaciente, sitúate esta noche junto al estanque del parque y, cuando esa porquería de reloj tuyo, que te tocó en una tómbola, marque la medianoche das un fuerte pitido. ¿Te crees poseedor de la suficiente inteligencia para realizar tan difícil acción? —irónico.
El Patito Feo que, entre otra infinidad de carencias, carecía de la capacidad de reconocer la ironía, en boca ajena o propia, respondió arrogante:
—Yo soy tan listo, que hago fácil lo difícil.
—De acuerdo, lumbrera. Lárgate antes de que me arrepienta de haber sido demasiado bueno contigo.
El Patito Feo llegó con tiempo sobrado al estanque. La luna se miraba en sus verdosas aguas, y se veía guapa, mientras las estrellas se entretenían haciéndose pícaros guiños las unas a las otras. Y cuando justo en su baratucho reloj los oxidados minuteros se unieron perfectamente en la cifra 12, el animal que tan descontento estaba con su aspecto, se llevó al pico el silbato recibido de parte del Mago Merlín y sopló consiguiendo un fuerte y prolongado pitido. Inmediatamente, asustadas, se ocultaron la luna y las estrellas detrás de unas colosales nubes negras que se habían presentado de sopetón cubriendo todo el cielo. Y acto seguido comenzó a relampaguear, tronar y llover a mares.
El Patito Feo, pillado sin paraguas, recibió de lleno aquel diluvio que, para extraordinario asombro suyo lo fue transformando hasta dejarle convertido en un hermosísimo cisne, blanco como la cocaína adulterada con polvos de talco.
Tan repentinamente como se había nublado y llovido, desaparecieron las nubes y lucieron de nuevo la luna y las estrellas. Entonces el ex Patito Feo pudo verse en el espejo del agua y exclamar maravillado:
—¡Fantástico! Me veo mucho mejor.
Y como tantos desagradecidos, recibido el favor pedido no se molestó en ir a agradecérselo al mago que se lo había hecho.
A partir de aquella prodigiosa transformación, el ahora níveo, magnífico cisne se convirtió en la máxima atracción de la ciudad. Numeroso público acudía todos los días a admirarle y a fotografiarle. Salió también en todos los medios de comunicación y, Andrés Fornells, un mindundi aficionado a escribir, se permitió la osadía de dedicarle uno de sus insignificantes relatos.
Ufano con su nueva, embelesadora apariencia, el Cisne Blanco se deslizaba elegante, majestuoso por las mansas aguas del estanque. Tanto y tan bien lo ensalzaron entre unos y otros que desde los más lejanos confines del mundo vino gente a admirarlo. Esto le satisfizo durante algún tiempo, pero esta ave tenía alojados dentro de su emplumado cuerpo el descontento y la volubilidad y una noche abandonó el estanco, marchó al Bosque Encantado y se presentó en casa del Mago Merlín. Éste le mostró su descontento, pues en aquel instante se hallaba viendo en la televisión su programa favorito “Magos del mundo y sus trucos”.
—¡Vaya por Dios! ¿Qué leches quieres tú ahora? —mencionando en su enojo, algo poco habitual en él, a la competencia.
Sin tomar en consideración su enojo, el Cisne Blanco le expuso un nuevo deseo:
—Mira, Mago, ser cisne está bien. No digo lo contrario. La gente me admira, me hace fotos, me graba en vídeos, e incluso me han sacado en media docena de películas; pero ese pequeño estanco, para mí, realmente, se ha convertido en una cárcel. Mis alas no son las apropiadas para el enorme peso de mi cuerpo y apenas puedo mal volar, realizando un titánico esfuerzo, más allá de media docena de metros y a muy baja altura. Lo he hecho sólo dos veces y la segunda de ellas, un tipo hambriento aprovechando que quedé lejos de la zona en la que estoy protegido por los vigilantes, fue a por mí armado de un enorme cuchillo y gritando que iba a convertirme en un suculento asado. He venido a verte para que realices un nuevo prodigio conmigo y me conviertas en un pajarito. En un ruiseñor, por ejemplo, estaría muy bien. Los ruiseñores son los que, según mis gustos auditivos, cantan más bonito y también vuelan de maravilla.
El Mago Merlín se acarició la puntiaguda barbilla. Estaba enfadado, muy enfadado. El programa que tanto le agradaba acababa de terminar y la publicidad anunciaba varitas mágicas luminosas, que funcionaban sin pilas, y se estaban poniendo de rabiosa actualidad entre los magos de todo el planeta. Escuchó el precio y murmuró con disgusto:
—¡Carísimas, joder!
—¿Decías? —el cisne ignorando el significado de su exclamación.
Debido a un cúmulo de falsedades realizadas por numerosos narradores mal documentados, mucha gente tenía la falsa imagen de que el Mago Merlín era un ancianito simpático y bonachón, cuando en realidad era un cascarrabias fácilmente irascible y con innata mala leche.
—Deseas ser un ruiseñor, ¿eh, eterno descontento? —perversos su sonrisa y el brillo de sus ojillos excesivamente arrimados a la alcayata de su nariz.
—Sí, eso es lo que deseo —con firmeza, su albo interlocutor.
—Perfecto. Pues voy a complacerte.
El Mago Merlín le golpeó abusivamente la cabeza con su vieja y deteriorada varita mágica, e inmediatamente el cisne se convirtió en ruiseñor.
Antes de que éste tuviera tiempo de emitir el primer gorjeo, un poderoso huracán, amigo del Mago, se lo llevó como si fuera una sola pluma, muy lejos, hasta el mayor desierto del mundo y le dejó allí.
Y allí lleva varios años, el ex Patito Feo y ex Cisne Blanco comiendo arena, lamiendo la humedad de las chumberas, sin gana alguna de cantar y sin más presencia viva que la de algún lagartillo superviviente que, compadeciéndose de él, le pregunta:
—¿Por qué en vez de pasar hambre y sed no alzas el vuelo y te desplazas a cualquiera de los vergeles que todavía existen en el mundo? Es lo que yo haría si tuviera alas como tú.
—No alzo el vuelo porque el maldito Mago Merlín que quitó el sentido de la orientación y únicamente sé volar dando pequeños círculos regresando siempre al punto de partida.
—Desde luego eres un quejica. Y tienes bien empleado lo que te ha ocurrido. Que no daría yo, que lo único que puedo hacer es arrastrarme por el suelo, por tener la suerte que tú tienes de poder volar.
—Pues no sé qué decirte, igual me gustaría más arrastrarme que volar en círculos como un tonto —susurró muy bajo la avecilla descontenta pues ya era consciente de la mala uva del Mago Merlín, pudiera escucharle éste y perjudicarle todavía más la existencia.
Y colorín colorado…

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