UN PAR DE BANDERILLAS (último fragmento)

Maoliyo había llegado junto a la banderilla que le quedaba más cerca. Por el gran cariño que le profesaba, esperó a que Julito llegara junto a la otra banderilla. Los dos chiquillos sin quitarle ojo al astado, en ningún momento. No llegaron a coger los palos, pues de repente la res se lanzó hacia ellos convertida en furibundo bólido.

-¡Corre, primo! -gritaron a dúo.

Salieron disparados en dirección al cercado, el terror que sentían distorsionando sus rostros infantiles. El animal escogió a Julito porque corría menos. Atronaba el aire el violento golpeteo de sus poderosas pezuñas contra el duro suelo. Sus mortíferos cuernos rasgaban el velo neblinoso del aire mañanero. Estaba ya encima de Julito. Menos de dos metros le separaban de él. Bajó el animal su negra y mortífera cabeza, consiguió colocar una de sus astas entre las piernas del chiquillo y lanzó a éste hacia arriba como si fuera una insignificante monigote de plástico, catapultándole limpiamente por encima de la valla. Horrorizado como nunca antes en toda su joven vida,  Maoliyo saltó las tablas y corrió  junto a su primo tendido de bruces en el suelo, inerte. Llorando y gimiendo, con el miedo de que estuviera muerto desgarrándole el alma, le dio la vuelta y vio su cara cubierta de polvo, sus ojos cerrados, su boca ensangrentada.

-¡Ay, Dios mío de mi alma que lo ha matado! ¡El hijoputa del toro lo ha matado! -logró balbucir, ahogándole los sollozos.

Abrazándole con desesperación, Maoliyo suplicó a su primo que abriera los ojos y le hablase. Julito no reaccionaba. El cuchillo del dolor atravesó las entrañas de  Maoliyo. Los rosarios de lágrimas que ya corrían por sus ojos, le pintaban surcos húmedos en las pálidas mejillas.

De pronto creyó percibir un leve gemido en el cuerpo que apretaba. Lo apartó  un poco de él. Observó que se producía un movimiento apenas perceptible en los párpados de su primo. Esperanzado gritó su nombre:

-¡Julito!

Y entonces el chiquillo abrió sus ojos y con un hilo de voz preguntó:

-¿Estoy vivo, primo?

-Estás vivo, aunque con la cara llena de polvo pareces un fantasma -pasando Maoliyo del llanto al júbilo-. Mecachis en la mar, primo, me has dado un susto tan grande, que no sé si de ahora en adelante el corazón volverá a funcionarme como antes, o se me ha escacharrado del todo.

-Primo, te voy a asegurar una cosa: y es que en lo que me resta de vida, vuelvo yo más a acercarme a un toro.

-Pues lo mismo te digo yo a ti.

Y enlazados por los hombros, los dos emprendieron la vuelta a casa. El mundo taurino acababa de perder a dos posibles toreros.